Ni persiguen, ni les persiguen

08/02/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Cuando Emilio el de Piedrafita bajó para León –después de una vida en el pueblo y los últimos años como último y resistente vecino– le llamaron la atención dos cosas sobre todas las demás: la gente que pasaba corriendo y las tapas de los bares.

Pero lo argumentaba.

Lo de las tapas le costó algún disgusto con camareros generosos. Quisieron ser amables con el paisano y éste si indignó ante el enorme plato: «¿Me ha visto usted cara de hambre? Le he pedido un vino y usted me pone un vino, de toro, que yo a comer voy a mi casa».

Ycuando se sentaba en un banco a ver pasar la vida le extrañaba tanta gente corriendo, pero, sobre todo, le extrañaba que regresaran pocos minutos después pero en dirección contraria, por lo que Emilio sacaba sus propias conclusiones: «Resulta que corren y no van detrás de nadie, pero tampoco va nadie detrás de ellos, por lo que no sé a santo de qué corren; pero lo peor es que no van a ninguna parte porque al poco tiempo vuelven».

Lo mismo que ocurrió cuando las bicicletas dejaron de ser un apero más para llegar antes a meter el agua a las huertas, ir a trabajar a la mina o a la obra, atravesar la ciudad camino de la fábrica o llevar el bombo para ir a tocar a una fiesta, para montar en ellas y dar vueltas sin más ni más, por montar.

No me quiero ni imaginar si ve al nieto que se le aparece en la pantalla del teléfono y le habla desde Avilés... Yo creo que no murió, marchó.
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