25/08/2021
 Actualizado a 25/08/2021
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Escribo hoy no sé si como practicante de la contradicción, si como habitante de la duda o si como ambas cosas.

Y es que desde hace meses volteaba unas frases de dos de mis maestros predilectos textualmente contradictorias, sin saber a cuál de ellas quedarme. Una, de André Gide: «todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo»; otra, un verso de Ángel González en el poema ‘Nada es lo mismo’ –y con el que oso titular este texto–: «no es bueno repetir lo que está dicho». Ambas retornaron a mi cabeza ante la duda de si seguir conjugando mi gusto por ‘escrivivir’, verbo de discutida creación o autoría (que si Beltrán, que si Sampedro, que si Ríos), que me encanta y uso.

Y todo porque –como, supongo, cualquiera de quinta arriba, quinta abajo– últimamente y con frecuencia anda conmigo latoso el tiempo, ese regalado tesoro de continuo menguante, bien por ley de vida, bien, lo que aún más apesadumbra, por su derroche o pérdida.

En verdad y más en concreto, el que anda molesto no es el tiempo en sí, sino las naturales secuelas de su afortunado y vivido consumo. Es decir, esos deterioros y deslustres de los que uno va tomando conciencia en sus visuales especulaciones y renqueantes procederes y de los que se hace, primero, asunción y, luego, confesión a contadas y selectas intimidades. Y así, se encuentra uno, cual amortizado y riesgoso vehículo de sí mismo, cada vez más frecuentemente sujeto y objeto de ITVs, inspecciones técnicas del varón. ¡Vivan los tributos! ¡Viva la sanidad pública!

Conste que, sabiendo que la senectud sorprende a todos más o menos igual y no teniendo interés alguno en eternidad ninguna (¡qué pesadez!), en el anterior relato circunstancial no hay queja alguna, que soberbia sería, sino duda sobre qué hacer ante algo tan natural como el deterioro del cuerpo y su saludable actividad: ¿seguir ‘escriviviendo’ o darme al gozoso enriquecimiento que supondría dedicarle también ese tiempo, ora plácido, ora no tanto, a ‘lectovivir’?

Menos mal que la textual contradicción de las volteadas frases la resolvió –no podía ser de otra manera– Ángel González al acabar su poema con «Habrá palabras nuevas para la nueva historia/ y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde».

Así que, aun aprendiz y aun cuando ya «nada es lo mismo», lo siento por ustedes, pero les seguiré ‘escriviviendo’, pues «¿A qué llorar por el caído/ fruto,/ por el fracaso/ de ese deseo hondo/ compacto como un grano de simiente?».

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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