19/04/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Decía el texto: «¡Oh qué maravilla! ¡Cuántas criaturas bellas hay aquí! ¡Cuán bella es la humanidad! Oh mundo feliz, en el que vive gente así». Este fragmento de la obra ‘La tempestad’, de William Shakespeare, recogía la inspiración y las dos palabras que dieron título a la futurista e irónica novela que Aldous Houxley escribió unos siglos más tarde.

Quizá la utopía de un mundo feliz sea, efectivamente, inalcanzable. Y no me refiero sólo a los tópicos de las guerras, los integrismos religiosos, las ratas corruptas (sí, va con segundas) o la explotación del rico al pobre, que a fin de cuentas, eso son plagas milenarias consustanciales a la raza humana derivadas de prácticas tan comunes como la envidia, la avaricia, el egoísmo, la falta de empatía con el prójimo o el puro odio. El origen, y ahí reside el ‘quid’ de la cuestión, está en la mala educación. Una pena que no le dediquemos más tiempo, titulares y loas a esos benditos locos visionarios empeñados en cambiar y mejorar realidad y sociedad. En León tuvimos a uno de esos héroes a los que conviene recordar de vez en cuando.

Resulta que Franciso Fernández-Blanco y Sierra-Pambley nació en Villablino el 24 de abril de 1827 (compartir fecha de nacimiento con Paco Sierra, un honor para el que suscribe).De hidalga y adinerada familia, su corazón y su mente permanecieron siempre en constante sintonía con los principios de la Institución Libre de Enseñanza y su esencia de profunda reforma. Este insigne leonés apostó por la buena educación, la que no se muestra encadenada a férreos dogmatismos políticos o religiosos. Pensaba él –junto a otros intelectuales de postín- que las dificultades que asolaban a la España de la época sólo tendrían solución a través del cambio radical de la persona. Plantar la semilla en los jóvenes para después recoger los frutos en forma de hombres y mujeres de provecho para ellos mismos y para la colectividad. Una fórmula curativa convertida en sabia medicina para alcanzar un país más acogedor. Educación como elemento necesario para el fin último del gobierno del pueblo por el pueblo. Y ninguna industria farmaceútica podría secuestrar la patente para evitar su propagación. El espíritu, afortunadamente, ni se compra ni se vende.

Don Paco Sierra sigue vivo a través de su legado, encarnado en el tesoro que representa la Fundación Sierra Pambley. En estos tiempos de millonarios poco dados a la filantropía, vaya desde aquí un humilde recuerdo y homenaje para este valiente. Por un mundo feliz.
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