Mundial de canasta torcida

06/04/2021
 Actualizado a 06/04/2021
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Sé de lo que va la foto. Y eso quetodavía eran épocas de vacas gordas para los mismos pueblos que ahora viven la época de las vacas muertas, a base de no pagarles la leche.

Pasé muchos meses de la adolescencia jugando eternos partidos de fútbol en la modalidad «uno contra uno», mi amigo El Tumbao contra un servidor, en las dos porterías asimétricas de la terraza del Casino. Una más alta y estrecha y la otra más baja y ancha. «A once goles cambiamos».

Lo importante eran los goles, pero mucho más los sueños. «Dispara César», decía emocionado sabiendo que era leonés pero sin poder practicar su especialidad, el remate de cabeza, porque no había quien centrara.

- ¡Vuela Yashin y la despeja!; decía Tumbi, al que le gustaba lo de ser portero y le atraía la leyenda de ‘La araña negra’, con el misterio y la magia que tenía a la veztodo lo que venía de la temida y enigmática Rusia.

Pasó el tiempo. Se hicieron pabellones donde no había niños. Y un día, en una pared apareció una canasta sujeta a una pared y en la que solo jugaba un niño, Jesús Martín, que medía dos metros y se colgaba de ella hasta dejarla completamente torcida mientras soñaba en alto. «Lanza Chechu Biriukov —se mantenía la tendencia a Rusia— golpea el aro, coge el rebote Chicho Sibilio y... ¡canasta!». Levantaba los brazos, cogía el balón del suelo y vuelta a empezar. La canasta, los sueños y los nombres. Y más difícil todavía, él mismo —Jesús Martín— atacaba y defendía. La soledad del soñador de fondo.

Empezaban los vecinos a ‘maliciar’ que algo no funcionaba bien en la cabeza y los sueños de aquel mocetón cuando su tío Isidoro encontró la explicación: «Como haya un Mundial de canastas torcidas no se lo gana ni el Biriukov ese». Pero no lo hubo.
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