24/06/2020
 Actualizado a 24/06/2020
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¿Cómo saciaremos ahora nuestra necesidad de multitud? ¿Cómo llenaremos el vacío de ese espacio que sólo llena la suma por millares? Ahora, que nos prohíben las fiestas y las peregrinaciones. No es bueno que el hombre esté solo. Necesitamos de una compañía que en ocasiones sólo puede colmar la inmensidad reunida. Nos ciegan los caminos. Distintos caminos para una única pregunta, la eterna pregunta, la que nos acucia y acompaña desde el nacimiento hasta la muerte, a la que dar una respuesta, consciente o inconscientemente, dedicamos la vida: ¿Quién soy? Pregunta y respuesta que son únicas para cada uno y son intransferibles pero que, quizás, sean demasiado grandes para uno solo. Porque, qué es el hombre sino «un todo frente a la nada, una nada frente al todo, un medio entre todo y nada».

Quizás, esta tensión entre lo inmenso del abismo y lo minúsculo de nuestra realidad individual, explique la paradoja de buscar una respuesta privativa de cada uno, en aquellos lugares a los que acuden millones de nuestros semejantes en su huida que se quiere encontrarse.

Toda pregunta es una oscuridad, preguntarnos quienes somos es querer salir de la más tupida y densa de las oscuridades. Buscar la respuesta es buscar la luz. Para unos, esa luz será la llama de los cirios, para otros, los focos del estadio, los láseres de los festivales o los flashes de las pasarelas. Para la mayoría, al final, la única luz será la de una farola solitaria. «La soledad es un farol certeramente apedreado». Unos buscarán acompañar esa soledad en el silencio de la oración, otros en la orgía de los sentidos y muchos más en la visceralidad de un partido de fútbol.

Romeros se les llamaba a quienes peregrinaban a Roma. Jesús F. Salvadores, quizás visionario, salvaguardándo las antes de ser pasado, prohibido, ha publicado La Huida (Eolas). Esta obra reúne la visión de su autor sobre las peregrinaciones del Siglo XXI, sin hacer distinción entre las sagradas y las profanas, pues quizás en todas ellas late una misma pulsión que nos empuja a abandonar la casa y, con caminar ritualizado, peregrinar hacia un destino. Poco importa que se trate de un estadio de fútbol o de una basílica santa, lo que nos mueve es la esperanza de encontrar allí lo que buscamos, lo que nos falta. Porque somos los otros y es en los otros donde nos encontramos.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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