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Mientes, luego insistes

11/10/2020
 Actualizado a 11/10/2020
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En el ambiente político actual uno se queda perplejo ante ciertas afirmaciones y al poco tiempo oyes a los autores que se desdicen sin recato ni disculpa, porque la mudanza puede ser más ventajoso para la causa o, en otro caso, porque mudar de criterio logra hacer más pupa o trizas al adversario. Ya sé, no me atosiguen, que hay políticos y políticos. Pero cambiar de opinión tan rápidamente es sospechoso, luego lo más probable es creer que hay algún Pinocho por medio. Y lo que es aún peor: choca la pasividad de la gente que renuncia por abulia o dejadez a toda actitud crítica sobre lo que le concierne. Del lado de los que culebrean, hay que mentir hasta rabiar, porque si no mientes otro viene y miente en tu lugar. Del lado de los desaprensivos, creen que cuando les hablan de galopar se trata de «una pareja de franceses», o meretriz una «pelandusca de la capital de España». Debido a un déficit educativo o anclados en una distracción sistemática va faltando cada vez más en nuestra sociedad el sentido crítico ante la mucha basura que se propala en medios o redes sociales. Uno ya ha desistido de entrar al trapo en el debate porque la cosa se ha puesto tan tensa y fea que, si lo haces al impulso de propias convicciones, temes no cumplir con la obligada objetividad y desapasionamiento que se requiere.

En esto de la pandemia, el Gobierno central no sé si ha mentido o en parte ha estado equivocado, pero asumió toda la responsabilidad con medidas drásticas, consiguiendo el descenso de contagios hasta prácticamente la desaparición de la mortandad. Durante semanas, antes del aplauso, el único ser vivo observado desde mi ventana era una paloma sobre un semáforo. Continuar con el confinamiento domiciliario era gran perjuicio para la economía y, a la vez, se metía más pánico en el tuétano de la gente. Por ello, alguna comunidad autónoma reclamó urgente traspaso de la gestión sanitaria para imprudentemente abrir la puerta de par en par. El Gobierno central cedió y se lavó las manos. Craso error. Cuando se ha visto desbordada por la virulencia, la comunidad ahora pasa el muerto a regañadientes al Gobierno central. Todo un despropósito de unos y de otros. Unos por endebles, los otros por irresponsables. Y una doble y gran mentira para los que sufren en los hospitales.

Para Kant, no mentir es una ley moral inviolable, porque el mentir no se debería convertir en una ley universal; mentir sistemáticamente acarrearía desconfianza entre las personas y no se podría vivir en sociedad, pues la confianza es la base principal para establecer vínculos entre las personas.

Sin embargo, no decir la verdad no siempre es una verdad absoluta. Hay verdades a medias o restringidas. Y hay también la denominada ‘mentira noble’ o ‘mentira piadosa’, afirmación falsa proferida con intención benevolente, que puede tener como objeto hacer más digerible una verdad tratando de causar el menor daño posible. En política la llamada ‘mentira noble’ o ‘mentira piadosa’ está asociada con la falsedad de los gobernantes destinada a preservar la armonía social. Platón ya se refiere a este tipo de mentira en ‘La República’, donde argumenta que pese a que la verdad debe ser valorada sobre todas las cosas, la mentira puede ser útil en la política para preservar el control y la Justicia del Estado en manos de los gobernantes. Ignoro si Trump, Sánchez o Ayuso han leído a Platón, pero, en mi opinión, lo que verdaderamente nos salva o nos condena es ser o no ser mendaces consigo mismo. Falsear la realidad ya no es pecado ni novedad.
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