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Metáfora de los incendios

23/08/2022
 Actualizado a 23/08/2022
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Por desgracia casi nos estamos acostumbrando a ver como algo normal la proliferación de incendios. Vemos cómo aquí y allá se están abrasando en cuestión de minutos miles de hectáreas de bosques, destruyéndose esbeltos paisajes, desapareciendo cientos y cientos de cabezas de ganado, animales salvajes, naves agrícolas con su maquinaria, viviendas… e incluso vidas humanas. Se trata de algo realmente desolador y de muy difícil recuperación.

Las causas pueden ser muy diversas, pero en la mayoría de los casos es fruto de la maldad del ser humano. Parece mentira, pero la maldad humana tiene una inmensa capacidad destructiva. Otras veces es fruto de la inconsciencia de algunas actuaciones y también de accidentes de la naturaleza.

Pues bien, el ser humano tiene también una gran capacidad para destruir no solamente el patrimonio forestal y paisajístico, sino el patrimonio moral, cultural, religioso… de nuestra sociedad. Las grandes civilizaciones de la antigüedad como la egipcia, griega o romana, sin las cuales serían totalmente imposibles los avances científicos y técnicos actuales, tenían cosas muy buenas, pero también grandes lagunas. Uno de sus principales defectos es que no admitían la igualdad fundamental de las personas, y por eso consideraban como algo normal la esclavitud y la compraventa de seres humanos. De ahí que la aparición del cristianismo supuso una verdadera revolución, que poco a poco fue calando en la sociedad y, aunque en la práctica no siempre se ha cumplido en mensaje de Jesucristo, en Él se inspira el reconocimiento de la dignidad de la persona y los derechos humanos.

Europa, con todos sus defectos, ha sido un claro referente del progreso y de muchos grandes valores, precisamente gracias al cristianismo. Los hemos vivido en nuestros pueblos y familias, han formado parte de nuestra cultura y han contribuido al desarrollo del arte, de la ciencia, de la solidaridad… Pero hete aquí que los pirómanos de turno están tratando de destruir ese hermoso patrimonio. Incluso ese odio ha llevado a algunos, especialmente en España, a la destrucción del patrimonio material. Así lo manifiestan las ruinas de tantos monasterios, como consecuencia de la desamortización y así lo refleja la verdadera memoria histórica con una lista de más de veinte mil templos y conventos incendiados hace algo menos de un siglo. Pero no es menos grave la fomentada descristianización de la familia y de la juventud. Sus consecuencias son tan devastadoras como los incendios forestales.
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