02/12/2020
 Actualizado a 02/12/2020
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«Algún viajero –recordó el poeta Abdalmálik– habla de un árbol cuyo fruto son verdes pájaros». De existir, sería un árbol fabuloso. No pido tanto. Yo, ni siquiera, pido peras al olmo. Me conformaría con que el membrillo diera de sí los mejores frutos. Pero no hemos venido aquí para hablar de frutales, sino de políticos, del porqué de la paupérrima calidad de la clase política.

No es infrecuente el argumento justificativo e indulgente que pretende explicar esta penosa realidad, aduciendo que los políticos son una extracción de la sociedad. Venial perogrullada o cinismo envenenado, dependiendo de la sonrisa de quien diga. Obviamente, los políticos no son extraterrestres venidos de otra galaxia, aunque a veces se asemejen a aquellos lagartos alienígenas cuyo objetivo era esclavizar a la humanidad.

No, no pido peras al olmo. Pero la especie humana es capaz de ejemplares óptimos y esperaría que a la cosa pública se dedicaran los mejores. Pero yo no los veo en ningún Parlamento en ningún Gobierno. No puedo admitir que la política sea vocación privativa de ambiciosos mediocres. Tiene que haber mejores membrillos. No acepto que les sea ajeno el interés por los asuntos públicos, pues no hay grandeza en quien se desentiende del bien común. Democracia es poder elegir a los mejores y no esta tragedia de políticos tan torpes.

El partido político concebido como secta es sin duda el culpable de tan terrible ausencia. Cuenta Heródoto que Periandro, tirano de Corinto, envió un heraldo a Trásibulo, tirano de Mileto, pidiéndole consejo sobre el mejor medio para estar más seguro en su dominio. Escuchado el mensajero, lo llevó con él a pasear por un campo de trigo, preguntándole repetidamente por los motivos de su visita. «No paraba entretanto Trasíbulo de descabezar las espigas que entre las demás veía sobresalir, arrojándolas de sí luego de cortadas, durando en este desmoche hasta que dejó talada aquella mies, que era un primor de alta y bella». Luego, despidió al enviado sin añadir palabra. Escuchado lo ocurrido, «Periandro dio al instante en el blanco, y penetró toda el alma del negocio, comprendiendo muy bien que con lo hecho le prevenía Trasíbulo que se desembarazase de los ciudadanos más sobresalientes del estado».

Doy por sentado que ustedes tampoco precisarán de más palabras.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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