Matías Laviña y el Rosetón Oeste de la Catedral

Por José Javier Carrasco

22/02/2022
 Actualizado a 24/02/2022
| MAURICIO PEÑA
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Matías Laviña, el arquitecto encargado de la restauración de 1859 de la Catedral de León, tenía un currículo envidiable. Nacido en Zaragoza en 1796, destacó de niño por sus aptitudes para el canto. En 1817 viaja a Roma. Como no alcanza un nivel suficiente de dominio de la lengua italiana, abandona los estudios musicales e ingresa en la Pontificia Academia de San Lucas. En 1830 obtiene el título de arquitecto. Galardonado con diferentes premios, escribe varios libros y acomete una reforma en la Iglesia Nacional. De vuelta a España, revalida su título en la Academia de San Fernando y se establece en Zaragoza. Allí presenta un proyecto para el jardín y su contiguo del palacio del duque de Villahermosa. Durante nueve años realiza obras de distinta naturaleza, es nombrado secretario de la Comisión para monumentos artísticos e históricos y da clases en la Escuela Normal. Viaja a Logroño, donde le eligen Maestro Mayor del municipio. Ya en Madrid, es admitido como académico de mérito en la Academia de San Fernando en 1844. Alterna sus ocupaciones como arquitecto con el trabajo en la platería de Martínez. En 1846 obtiene la cátedra de dibujo de adorno en la Academia. Actúa como juez de oposiciones, redacta libros de enseñanza y su ‘Cartilla de adorno elemental’ es elegida por la reina Isabel II como libro oficial de texto. Desempeña labores periciales por encargo de los ministros de Gobernación o Fomento... En fin, alguien con todas las bazas para ser nombrado, el 3 de mayo de 1859, por Real Orden, director de restauración de la ruinosa Catedral de León.

En el estudio que hace de la Catedral, indica una de las causas de su lamentable estado: «Llegó el año de 1755 y el terremoto que asoló Lisboa y se extendió gran trecho, obligó instantáneamente a la reparación del esbelto rosetón de luces de esta fachada, que con tan brusca sacudida sufrió gran detrimento, pues siendo de mala calidad se había corrido con las aguas, hielos y el sol, y sus delicadas piezas, perdiendo una parte de su grueso, habían quedado sin la fuerza y el trabazón necesario». Sin embargo, al macizar aquel elemento, no se tuvo en cuenta que era necesario contener el desplome de la fachada. Esas y otras deficiencias alargarían la remodelación de Matías Laviña durante nueve años.

Las vidrieras de la Catedral ejercieron hace tiempo una poderosa fascinación sobre mí. Siempre que podía me acercaba a mirar los ventanales o a ver los efectos de luz del Rosetón central. Se diría que era como Elliot asomado a los reflejos que despide la nave que acabará desapareciendo con E.T.. Me compré el libro de Fulcanelli ‘El Misterio de las Catedrales’. En el capítulo dedicado a ‘La cruz cíclica de Hendaya’, se habla de la Edad del Hierro o del ‘Calgugán’, una edad de miseria, infortunio y decrepitud, la transcripción bastante fidedigna de la actual pandemia, hecho que yo, hipnotizado por la luz tamizada que se filtraba desde el Rosetón, estaba lejos de imaginar.
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