Más sobre las mártires de Somiedo

Por José Luis Gavilanes Laso

José Luis Gavilanes Laso
07/06/2021
 Actualizado a 09/06/2021
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En la catedral de Astorga se ha celebrado con solemnidad la beatificación de las tres jóvenes asesinadas por los rojos republicanos en el prado de San Juan, de Pola de Somiedo, en la noche del 27 al 28 de octubre de 1936. En esa fecha tuvo lugar, asediados en un caserío de la zona, la rendición de soldados nacionales y falangistas, junto a las tres jóvenes, a las fuerzas republicanas. Las tres fueron señaladas como inductoras de la muerte a machetazos de dos milicianos que previamente a la entrega de los nacionales habían sido hechos prisioneros por éstos en el Puerto de Somiedo. A la vista de los cuerpos destrozados de sus compañeros, los rojos obraron de inmediato con el ojo por ojo y diente por diente.

Se trataba de Octavia Iglesias Blanco, Pilar Gullón Iturriaga y Olga Pérez-Monteserín, las tres pertenecientes a la alta sociedad astorgana de la época, Octavia, de 41 años, era la mayor de las tres, hija de Indalecio Iglesias Barrios y de Julia Blanco Téllez. Pilar contaba 25 años el día de su muerte y había nacido en Madrid. Era hija de Manuel Gullón García Prieto, un astorgano que había ocupado las carteras de Gobernación, Justicia, Fomento y Estado en los sucesivos gobiernos de la monarquía, llegando incluso a ocupar la presidencia del Gobierno y del Senado. La más joven, Olga, de 23 años, había nacido circunstancialmente en París, donde se encontraba su padre, Demetrio Pérez González Monteserín, originario de Villafranca del Bierzo, considerado como uno de los más importante pintores leoneses del siglo XX. A su prestigio como pintor se unía un gran patrimonio al casarse con Carmen Núñez Goy, perteneciente a una ilustre y adinerda familia astorgana. Entre los miembros próximos a estas familias se encontraba el canónigo de la catedral de Astorga, José María Goy, que escribió ‘Las tres ramitas de roble’, en honor de las tres astorganas fusiladas. 

Aunque los historiadores franquistas aseguran que las tres eran enfermeras de la Cruz Roja, –lo que justificaría sin duda su controvertida presencia en la guarnición militar–, según el investigador asturiano José Luis Alonso Marchante, en su libro ‘Muerte en Somiedo’ (Ediciones Azucel, Aviles, 2006), no está probado que pertenecieran a la mencionada institución, entre otras razones porque por aquellas fechas no existía en el Puerto de Somiedo ningún hospital debido a la total ausencia de combates de importancia. Añade Marchante, que tampoco aparecen registradas las tres en la larga lista de bajas propias, muertos, heridos y desparecidos, confeccionada por los militares franquistas en esos días, lo cual demuestra claramente que ignoraban la presencia de dichas mujeres en la guarnición del Puerto de Somiedo. En el centro de documentación de la Cruz Roja, en Madrid, no se conserva ningún documento que demuestre su pertenencia a dicha institución.

Los familiares de las tres jóvenes estaban muy relacionados con los altos dignatarios del régimen naciente hasta el punto que, según Marchante, llegaron a amenazar al presidente de la Cruz Roja, al que acusaban de no hacer todo lo posible por localizarlas.

El investigador asturiano puntualiza en su libro que a lo que pertenecían las tres jóvenes era, en cambio, a Acción Católica, una organización ultra-religiosa fundada en 1926, cuya finalidad era «contrarrestar la acción funesta de la impiedad», y cuyos miembros se destacaron por su apoyo decidido a la sublevación militar. Además, Pilar Gullón estaba afiliada a Acción Popular y a Renovación Española, dos partidos derechistas implicados en la conspiración contra la República. Los cadáveres de las tres supuestas enfermeras de la Cruz Roja fueron exhumados el 30 de enero de 1938 en presencia de las máximas autoridades franquistas de Astorga y Somiedo. Sus restos fueron enterrados con gran pompa y ceremonia en la mismísima catedral de Astorga, en la capilla de San Juan, con el visto bueno del papa Pío XI. La historiografía franquista las ha elevado a los altares y otorgado calle propia en la capital maragata. Existe incluso, en la actualidad, una denominada Fundación de las Enfermeras Mártires de Astorga que ha porfiado en su beatificación
El asesinato de las tres mujeres haría correr ríos de tinta. Concha Espina les dedicó el libro ‘Princesas del martirio’ y fue escrito pocos meses después de ocurrir los acontecimientos. Carente de cualquier rigor histórico, para Marchante este texto sirve para constatar el tipo de literatura con que se favorecía al nuevo régimen. El investigador asturiano sostiene que Concha Espina se vio obligada a escribir éste y otros libros similares debido a las presiones que sufría por parte de las autoridades franquistas, pues tenían detenido a un hijo suyo al que amenazaban con fusilar. En 1920 Concha Espina había publicado ‘El metal de los muertos’, novela en la que inmortalizaba a los sufrimientos y gestas de los mineros de Riotinto (Huelva). De ‘Princesas del martirio’, además de la edición señalada, se imprimió una tirada limitada de 575 ejemplares con encuadernación de lujo y que incluía ilustraciones y texto orlado.

Sostiene Marchante en su libro que la muerte de las tres jóvenes fue cobrada con creces durante la posguerra. Cualquier miliciano preso que hubiera pertenecido al Batallón ‘Guerra Pardo’, la tropa republicana autora de los fusilamientos, tenía ya la sentencia de muerte escrita en el rostro, aunque ni siquiera se encontrara en Pola de Somiedo cuando las presuntas enfermeras de la Cruz Roja fueron asesinadas. Muchos milicianos fueron asesinados simplemente por haber combatido en esta unidad, sin juicio previo y enterrados en cualquier cuneta. La sangrienta represión que se desató contra los campesinos someanos fue incluso más enconada que en otros lugares de Asturias debido a estos hechos luctuosos.

En resumen, a la incuestionable acción reprobable y altamente sonorizada del asesinato tripartito, hay que tener en cuenta una investigación, no tan conocida, ruidosa y tendenciosa, proporcionada por el investigador asturiano nacido en Gijón en 1971, el citado José Luis Alonso Marchante. En el contexto de lo acontecido y propagado ‘a posteriori’ sobre los asesinatos, en el capítulo de causas o motivos, también hay que poner de relieve la no menor circunstancia de sacar de este hecho todo el rendimiento propagandístico posible en favor de las virtudes del bando sublevado, al mismo tiempo que se lanzaba todo el oprobio hacia los sanguinarios rojos republicanos. Lo de ‘mártires’ es ya otorgar a las tres astorganas el título de supremo sacrificio y magnanimidad ejemplar. Si aceptamos la proclama martirial, las tres jóvenes se desplazaron a Somiedo a la búsqueda de un sufrimiento voluntario, incluso a dar su propia su vida si era preciso en pos de una modélica causa, bien religiosa o de un glorioso ideal.

Uno estima que las razones que motivaron el traslado y la presencia de las tres damas en Somiedo, a la vista solo de la información unilateral ‘ex professo’ durante la dictadura, además de la crítica desde otra óptica menos parcial, aún están por esclarecer. Por lo que el hecho de la beatificación, en consecuencia, dista bastante de estar justificada.
Para saber más y con el mismo efecto desmitificador de Marchante sobre las tres beatas maragatas, es imprescindible la lectura del libro de Lala Isla, ‘Las rendijas de la desmemoria’ (Lobo-Sapiens, León, 2018), con prólogo de Paul Preston.
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