04/04/2020
 Actualizado a 04/04/2020
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Hace semanas que sabemos que la nuestra es una película intimista. En el guion, todas las escenas empiezan igual: CASA-INTERIOR. Como mucha variación, se añade: DÍA o NOCHE. La película podría rodarse entera en plano-secuencia, con la cámara entrando en una habitación en la que alguien lee tirado en la cama; una cocina en la que alguien hace un bizcocho; el salón en el que otro alguien ve la tele, y todo así.

Escribía hace unos días Txani Rodríguez, amiga y periodista de El Correo, que nuestra batalla carecerá de épica audiovisual y que, ya que llevamos años haciendo la revolución a golpe de teclado, la tarea que se nos exige está a nuestra medida: quedarnos en pijama mirando pantallas. Pero añade: «a pesar de la escasa vistosidad de nuestras heroicidades, nadie podrá discutirnos que sufrimos».

Otras películas, como las que se ruedan en los hospitales, sí son materia para la épica, aunque ojalá no lo fueran. Aparte de esas imágenes que todos los días nos desbordan los ojos, parece que está surgiendo una literatura del coronavirus. No me parece ni bien ni mal, según, aunque de momento para mí la narración está demasiado infectada por las palabras que llenan las noticias.

Más bien imagino este momento pasando al arte pictórico, en una serie de grabados como los de Goya que se llamaría ‘Los desastres del coronavirus’: los que mueren en las camillas, la curva de los contagios, la fatiga de los sanitarios, la vergonzosa falta de material y los test fallidos, las calles vacías, las cartas de despido, los funerales reducidos. Así habrá sido el del Riber, José Manuel Ribeiro, al que conocí en la Semana Negra de Gijón, periodista y amigo de escritores, y que llevaba años de pelea contra otro bicho. Hasta el final, contaba su hijo, mantuvo su sentido del humor, ese con el que describía sus sesiones de quimioterapia como «enchufado a mi bruja Lola».

Pasan los días y no sabemos cuándo acabará esto y podremos volver a darnos la mano en vez del codo. Así que nos metemos en nuestra película intimista y nos agarramos a nuestros pequeños trucos de resistencia. Mi lujo esta semana ha sido una terraza en la que leer y ver fermentar las nubes.
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