Martín, el artista que puso música a las fotos

Manuel Martín, hijo de un pionero de la fotografía en León, referente del género y apasionado de la música la ciudad le debe la creación de la Schola Cantorum y el germen de las Aulas Corales Municipales, con un grupo de ‘casi niños’ que trajo de Colombia

Fulgencio Fernández
27/05/2021
 Actualizado a 27/05/2021
La fotografía del entierro en el duro invierno lo dice todo. | MANUEL MARTÍN
La fotografía del entierro en el duro invierno lo dice todo. | MANUEL MARTÍN
Es difícil imaginar a un personaje que viaja a Colombia, conoce a un grupo de chavales cuya única fortuna era gran sensibilidad para la música y, para que no se pierda, funda con ellos un coro. Sigue a su lado, se implica en sus sueños y después de unos años y unas aventuras integrados en el Circo de la Ciudad de los Muchachos del padre Silva... llega con ellos a León, cerca de veinte chavales para los que hay que construir un futuro sobre la base de lo que tienen, una gran sensibilidad para la música.  

Era 1981. Abril de 1981, hace exactamente 40 años y aquel paisano soltero se encuentra con casi veinte hijos que alimentar. Y seguir formando como músicos.
Parece una historia increíble. Una aventura hecha guión de una película de niños cantores, dificultades para seguir adelante y un paisano llamando a muchas puertas para convertir en realidad los sueños de aquellos niños colombianos, para los que le habían pedido que los formara para el circo y los formó para la música.

Pero no es ninguna película. El personaje existe, existió; era leonés, y se llamaba Manuel Martín Martínez, aunque muchos le llamaban Manolo Exakta pues, pese a esta historia de música y músicos, este leonés inclasificable y olvidado era realmente fotógrafo, hijo de Manuel Martín de la Madrid, fundador de la tienda Foto Exakta, a la sombra de la Catedral.Hay que decirlo porque una y otra circunstancia, la tienda y la Catedral, marcan su vida. La tienda le hizo fotógrafo desde niño pues su padres fue uno de los grandes pioneros de la fotografía y el hijo pareció asumir que quien crece viendo la Catedral tiene una batalla pendiente, asumir de por vida que el camino es buscar la perfección  de lo que tiene delante de él. Y aún más, empaparse de su luz, pues para Manuel Martín la luz fue su sello y su firma. Así se podía pasar días y días esperando ese momento mágico en el que solamente una vez al año y a una hora precisa entraba un haz de luz e iluminaba un rincón y una vidriera. Y allí estuvo Manolo Martín para perpetuarlo, varios años seguidos. Es imposible calcular los miles de fotos que le dedicó a la Catedral, también unas recordadas carpetas, también el primero de sus montajes de música-visión. También el tejado quemado y tres canónigos mirando al desastre. Pero no solo la Catedral, ni mucho menos. Miles y miles de fotografías. Estampas que a buen seguro recuerdas porque las has visto, aunque no siempre estuvieran firmadas. Mujeres soportando el amanecer el la Plaza con un traguin de orujo, pastores por la Sobarriba, un entierro en Valdeón, aluches en Escalada, guardias  civiles en bicicleta, paisajes, pueblos, gente, Picos de Europa y Riaño, tierra a la que también dedicó un montaje de ‘Música visión’ y jamás fotografió el nuevo pueblo de pena por el atentado a la belleza de una tierra. Siempre con su firma, siempre con su luz. Fue un grande de la fotografía. Sólo una anécdota final que evita más valoraciones. Iba ayer con Mauricio Peña a hacer un reportaje.- Ha muerto Manolo Martín.- ¡Que bueno era!Pues eso. Su obra es su mejor legado. Si lo sumas al de su padre tienes entre el archivo de ambos la historia en imágenes de un siglo de esta tierra, adquirido en 2011 por el Ministerio de Cultura para su Centro Documental de la Memoria Histórica; y con una selección publicó en Eolas  en 2015 ‘Tiempo y luz’, del que también salió una exposición que llenó la sala Provincia en 2019, aunque su autor ya acudió con visibles cicatrices de ese bicho que finalmente le llevó. Un archivo que fue posible gracias a que en la vida del bohemio Manolo se cruzó la organizada Carmen, que le convenció de la necesidad de digitalizar,  documentar, modernizar...

Pero, a la misma altura que fotógrafo, fue músico. Tenía todos los discos del mundo, se dejó una fortuna en ellos, realizaba audiciones musicales en el famoso Círculo Medina para que le llamaran  loco por intentar que escucharan a Strawinski en aquel León del motete, que diría su amigo G. Viejo.

¿Y qué ocurrió con aquellos chavales cuya única fortuna era su pasión por la música? Pues que al frío del viejo caserón que les cedieron al lado del Arco de la Cárcel le arrancó una Schola Cantorum Catedral de León —si por Manolo fuera todo se llamaría Catedral de León—, un grupo de música andina y el germen de las Aulas Corales Municipales, uno de los grandes activos de esta ciudad. Una casa de músicos que un día se quemó y dejó al descubierto las miserias de una clase política que los volvió a dejar a la intemperie. Y nuevamente Manolo a buscar el futuro.

Un día, en Alemania, descubrió la fórmula para fusionar sus dos pasiones, la música y la fotografía. Volvió a ser pionero, volvió a crear magia y luz. El nombre se lo regaló Toño Llamas.

Hay que sumar al Martín conversador, al amigo de gentes de todas las artes de las que se nutrió, de Jular y Vargas y Gutiérrez Viejo y Julio Ferreras, de Luis Mateo y los claraboyos a Publio el de Villaobispo. Tanta vida nocabía en una sola velada.

Por la música que suene sabréis cuando llegó Manolo arriba ¿Mahler?
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