16/01/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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A propósito de la columna de la semana pasada en la que abordaba la cuestión pedagógica de suprimir las notas para no frustrar con ellas a los alumnos que suspendan y en la que manifestaba mi opinión contraria a esta medida, me han llegado algunos comentarios insinuando que mi postura favorable a la evaluación y a reconocer el mérito está sin duda influenciada por ser yo un «buen» estudiante. Vienen a decir, sensu contrario, que si yo no hubiera sacado buenas notas, estaría encantado con que las quitaran.

Creo que mi criterio en este caso no está influenciado por mi biografía, ya que si así fuera, y por la misma lógica, aplaudiría la otra propuesta de obviar los marcadores en partidos de fútbol y baloncesto, lo que también defienden los mismos promotores y con la misma intención de no frustrar.

No revelo nada si digo que nunca he sido un buen deportista, es más, ni siquiera he sido deportista. Eso de sí, de niño jugué como el que más, feliz jugando, derrochando energía en lo que fuera, a cualquier juego, generalmente, por entonces, casi todos físicos. Físicamente fui un niño más bien enclenque y no muy habilidoso, algo que con los años no ha ido a mejor. Cuando se hacían los equipos para echar un partidillo de fútbol –en la calle, marcando las porterías con abrigos o troncos de leña, apartándonos cuando pasaba un coche– dos capitanes iban eligiendo a quienes querían en sus equipos y elegían por orden, de mejor a peor, obviamente. Casi podría asegurar que siempre fui el último en ser elegido. Era muy malo, no valía ni para portero, que era de lo que jugaban los peores. No valía para portero porque aunque las parara, se me doblaban los dedos e indefectiblemente el balón se colaba. Sin embargo, pese a estas carencias, nunca me sentí frustrado, al contrario, sabía cuál era mi lugar, no me engañaba soñando que un día sería una estrella del fútbol y, sobre todo, lo pasaba muy bien. Ganar estaba bien, pero lo importante era disfrutar. Por eso estoy a favor también de los marcadores, porque uno puede ser nefasto a baloncesto, pero ser un crack a las canicas. Estoy a favor de aprender a ganar y a perder, porque se puede ganar en las derrotas y perder en las victorias y las lecciones que se aprenden jugando no se olvidan fácilmente.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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