18/04/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Mi Semana Santa ya ha terminado. La única procesión en la que participaré estos días será –como ya es tradición– la que formamos los redipollejos a mediodía para ir a tomar el vermú al bar de Esme. Y en las que he participado hasta ahora lo he hecho de forma totalmente involuntaria al irme a casa tratando de evitar en todo momento la inevitable muchedumbre que colapsa el centro de la cuna de la democracia. Y eso que en las procesiones no regalan nada, que si llegan a repartir torrijas o chupitos de limonada al acabar, no sé qué sería de los que queremos ejercer estos días nuestro derecho a la libertad de movimiento. El caso es que –pese a todo lo expuesto hasta el momento– este año he disfrutado más que nunca de la Semana Santa. Un día pude admirar la belleza de nuestros pasos en el Palacio de Exposiciones con la compañía de no más de una docena de paisanos. Y al siguiente fui con el tío Mirantes a conocer en persona a los protagonistas de la procesión pagana del popular Genarín, que han cogido fuerzas para esta noche reposando tranquilos en el Museo de León. Qué felicidad he sentido gracias a lo que he denominado mi Semana Santa sin marabunta. Ni un segundo he echado de menos a esos personajes que –como si fuesen políticos en campaña– meten codo para salir en las fotos de las procesiones o para evitar que alquilen se cuele. Lo cierto es que los leoneses somos precisamente así, como políticos en plena campaña. Ahora nos invade el fervor cristiano al admirar un paso y al momento le pisamos la cabeza al vecino para que no prospere más que nosotros. Ahora el presidente aviador quiere debatir porque le beneficia aparentar decencia frente a las ideas de la 'derechota' y en un santiamén –nada más venirse abajo su estrategia– huye de batirse en duelo con los que de verdad le pueden sacar los colores y ante periodistas que preguntan y que no son figurantes afiliados a la tele pública. Poner coto a la libertad de expresión no es bueno –y menos en los medios privados– porque corremos el riesgo de que ocurra lo mismo que cuando a un niño se le dice que no meta los dedos en el enchufe. Pero hace mucho que el concepto de sociedad se ha comido al de libertad y ya se sabe que, según son los mimbres, así sale el cesto.
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