Manos que inventan colores

31/10/2019
 Actualizado a 31/10/2019
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Cuando entras en ese rincón donde dicen que los reyes descansaban de las batallas que ellos mismos inventaban, entiendes porqué lo hacían, basta con abrir los ojos, con mirar cerca o al horizonte.

Y cuando vuelves a entrar hoy, en estos tiempos en los que se empeñan en pintar de gris y negro todo lo que huele a pueblo, te reconforta ver que hay ventanas abiertas a los colores, están colgadas del cielo en las orillas de la carretera y puedes leer en el horizonte «Estás en Babia», sin necesidad de ser rey, con la esperanza de no ser vasallo.

Están firmadas, pero no haría falta pues ya de lejos, antes de mirar a la esquina, ya has dicho aquello de «tiene que ser de Sierra». Y lo es.

La barriga de los pintores es como la paleta, se llena de colores. Lo que en las nuestras son lamparones en las suyas son pruebas, mezclas, tintes... Y las manos blancas, porque ellas son las que hacen realidad las pócimas del color.

Nadie le puede robar la felicidad artística a los inventores de los colores, a quienes nos los regalan en la orilla de la carretera, en la fachada de la escuela, en la pared que fue horror de pobreza y se convirtió en riqueza de color.

Nadie se la puede robar, por más que no falte un tonto que le tire un día un bote de ignorancia negra; por más que un tonto haga ciento y aparezca una pintada sobre sus homenajes a las causas justas o a la llamada de la tierra. Siempre responde con la palabra valiente y la sonrisa tierna, con muchos botes de pintura en las manos y muchas pruebas en la barriga, con la brocha que está convirtiendo la peor pared en un «estás en Babia» de reyes sin batallas.
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