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Mancharse las manos

14/06/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Hace tiempo que se manchan más con el carbón los políticos que los mineros en extinción. Cada cambio de Gobierno, ministro, consejero o candidato revuelve las contradicciones de partido, en ese preciso momento en que la ideología y el programa electoral se estrellan con el terruño. No hizo falta escuchar a la nueva ministra de Transición Energética (el cambio en la denominación de su cartera hablaba por sí mismo) para confirmar las intenciones del equipo de Pedro Sánchez. Pero habló Teresa Ribera para despejar dudas en Madrid, en Bruselas y en la sede de las eléctricas; y para sembrarlas todas en la Junta de Castilla y León, el PSOE de Tudanca y las cuencas mineras.

«El carbón tiene poco futuro», espetó la ministra todavía con la promesa del cargo caliente, con las medias tintas de Álvaro Nadal aún de cuerpo presente. Fue una frase limpia, sin hollín ni malos humos. Una sentencia tan clara y coherente que sorprendió a todos los acostumbrados a calmar la cruda realidad con un par de paños calientes. Puede que hiciera falta un ataque de sinceridad política de una vez, quién sabe si por ser nueva en el cargo, y explicar cuanto antes que la industria del carbón murió hace algunos años. Que los apenas 400 mineros que quedan (superaban los 2.000 en 2010) son fantasmas de un pasado que no volverá, que la agonía económica de esas comarcas es ya una enfermedad incurable y que no es posible un futuro con carbón autóctono en una comunidad internacional que empieza a esforzarse en la lucha contra el cambio climático. Apostar por las minas de carbón en la era renovable es como invertir en una cadena de videoclubs en la era Netflix.

Aquí en Castilla y León los políticos de todos los colores han hablado del futuro del carbón a los sindicatos y a los ciudadanos como cuando en la infancia nos intentan explicar el significado de la muerte de un ser querido. Contaba el escritor Antonio Corral Castanedo cómo de pequeños les ocultaban las muertes de familiares con ese clásico eufemismo de «el abuelo se ha ido de viaje» y a la vuelta de vacaciones alguno de los niños preguntaba por su regreso: «¿El abuelo sigue muerto?». Pues el carbón sigue muerto hasta 2019 y enterrado a partir de entonces. Ahora bien, es un mensaje fácil desde el calor eficiente del ministerio, desde la lejanía política del Consejo de Ministros. Más difícil es dar el pésame a los afectados a menos de un año de las municipales y autonómicas. Es uno de esos anuncios que solo pueden hacerse desde Madrid y que corroboran la satírica visión que recogía W. Fernández Flórez en un artículo en el que relataba la entrevista a un ministro al que preguntaba por la necesidad de la autonomía municipal, donde conocían de primera mano los problemas de cada territorio. «¡Qué locura! Solo nosotros, mirando amorosa y vigilantemente desde lo alto de la meseta todos los lugares de España, podemos hacer mover ordenadamente el complejo engranaje del país», contestaba aquel ministro.

Además dijo Teresa Ribera que «hace más de diez años que deberíamos estar invirtiendo en diversificación industrial y económica» y también es cierto. Se ha perdido el tiempo, alargado subvenciones y malgastado presupuestos. Es un territorio asolado donde ya no es posible ninguna transición, el trabajo urgente es de repoblación. No solo en la minería, en todos los sectores que ha ido asfixiando el progreso y abocando a una desindustrialización programada de Castilla y León (como reflexionaba esta semana Xosepe Vega en las páginas de este mismo periódico). Hubo unas comarcas que vivían del carbón y que con esto de las energías limpias ahora tienen que vivir del aire.
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