27/10/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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«No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista». La primera parte de la aseveración puede ser cierta. La segunda, no. No hay, ni puede haber, un cuerpo que resista cien años y un día cualquier mal; antes, mucho antes, se acaba consumiendo, se apaga como una vela, se le van las carnes como si fueran ceniza... Muere, por que no le queda otro remedio. Pero el mal si dura cien o más años. Podía poneros un millón de ejemplos, pero no vamos a exagerar; sólo alguno. El imperio romano, el primero que alcanzó dimensiones colosales, subyugó durante mucho más de ese tiempo a los pueblos vencidos, conquistados y concienzudamente saqueados. Hubo una guerra que, en los libros de historia, se llama así, la ‘guerra de los cien años’. Otra sólo alcanzó los treinta, pero fue mucho más mortífera y sanguinaria bajo el pretexto de la religión. Los Estados Unidos, el Imperio del mal para muchos, lleva haciendo lo que le da la gana en el mundo casi un siglo. El Pesoe, ese que hasta ahora era el partido del progresismo, dejando a parte que se pasó cuarenta años de vacaciones, (los años de la dictadura), me tiene hasta los cojones con lo de «cien años de honradez», y con los cíclicos avatares internos que están siempre a punto de destruirlo pero no hay manera, siempre renace, como el ave fénix, de sus cenizas para nuestra desgracia. Más de cien años bien contados llevamos soportando a los nacionalistas (racistas) catalanes y vascos y hemos sufrido y sufriremos las consecuencias, siempre malas, con sangre en las manos y odio en el cerebro para otros cien años más; también es cierto que llevamos mucho más de cien años soportando el nacionalismo español, con todos los sacrificios que conlleva bailar flamenco, acudir a las corridas de toros o a los partidos de fútbol o a las procesiones de semana santa, santos y señas de las más rancias tradiciones patrias. Llevamos más de ochenta años, (cerca de cien), en guerra incivil, regocijándonos de los muertos propios y odiando a los ajenos, cuando todos los muertos, de un bando y de otro, son muertos que deberían descansar en paz y en su tumba. El capital, de ahí viene la palabra ‘capitalismo’, ha conseguido perpetuarse como fuerza hegemónica en el mundo desde la Edad Media, año arriba, año abajo, y tiene como único fin engrosar la cuenta de resultados cueste lo que cueste, incluso la aniquilación de pueblos, pasando por todas las formas de explotación del hombre imaginables. Como veis, si existen males que duran cien años...

García Márquez escribió seguramente el mejor libro en español del siglo XX y lo llamó así, ‘Cien años de soledad’, el peor mal que puede sufrir un hombre. La soledad es mala por que hace que el hombre piense muchas más tonterías de la imaginables. El hombre es social, necesita a otros hombres, para poder progresar, por lo que la soledad es su mayor enemigo. En ‘Cien años de Soledad’, además, García Márquez nos cuenta como se puede luchar sin ningún fin, durante cien años. La eterna lucha entre los que lo tienen todo y los que no poseen nada, entre los que, para conservar sus posesiones, (el capital), están dispuestos a matar y los que nada tienen y que por lo tanto encuentran natural aniquilar a los que lo poseen para quitárselo. Esa lucha que se desarrolla en la novela de Gabo, acaba de terminar, (¡ojalá!), en Colombia con la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno, (los usufructuadores), y la guerrilla, (los usufructuados), aunque no creo que lo permita el mal eterno, el dueño de las tierras y las voluntades: el capital.

Hitler intentó que su modelo de estado, (ese sí que era malo), durase mil años y no lo consiguió, gracias a Ala y a los millones de muertos que pusieron encima de la mesa los rusos, los polacos, los serbios, los suevos y los vándalos... Los ingleses, los franceses y los americanos también murieron, pero menos: quieren demasiado a su pellejo para arriesgarlo a lo tonto: poseen el dinero y quieren disfrutarlo a cualquier precio.

El mal... Todo lo que sucede en el mundo tiene su punto de maldad, pero también de esperanza; la misma que sintieron nuestros antepasados cuando luchaban por conseguir erradicarlo de la única forma que podían: trabajando como bestias y juntándose para hacer más llevadera esa terrible carga. Lo más importante que nos enseñaron fue, sin duda, que siempre había esperanza, aunque los hubiesen arrasado los romanos, los visigodos, los árabes, los cristianos fundamentalistas, los franceses, los conservadores, los socialistas, los comunistas o la puta madre que les parió a todos. Unidos, podemos... Perdón, es una forma de hablar, ya me entendéis...

Salud y anarquía.
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