01/12/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Miro las fotos de mi despacho y veo la imagen de otro maestro que se ha ido. Estoy quedándome huérfano de padres, en la ciencia y en la vida. Se fue callado, como hacía siempre. Era hombre de hablar pausado y medido, de consenso y acuerdo, al que no gustaba la confrontación airada ni la prepotencia de algunos que le siguieron. Dedicó buena parte de su vida a la docencia, primero allá en su pueblo, del que llegó a ser director del instituto tras una brillante carrera universitaria y tras haber conseguido su doctorado en veterinaria. Más tarde dio el salto a la universidad donde permaneció hasta acabar su vida laboral. Mientras tanto siempre fue hombre comprometido con su tierra y con sus gentes. Estuvo en el nacimiento y germen del leonesismo, e incluso llegó a ser el cartel electoral en alguna ocasión, aunque él siempre prefería quedarse en segunda fila y que fueran otros, más deseosos de la púrpura palaciega, quienes ocuparan puesto de salida. Estuvo siempre ahí para servir y ayudar, jamás para medrar, porque tenía bien dónde agarrarse, era hombre de recursos que él mismo se generó a lo largo de toda su vida, sin tener que depender de nadie y mucho menos de la política. Arriesgó su propio patrimonio por perseguir una idea o un ideal, mientras que otros, a su lado, sólo estaban para recoger los frutos que él sembraba, viviendo a la sombra del árbol que él regaba con trabajo en la sombra. A buen seguro que ahora, ya muerto, vendrán, si acaso, los honores y agasajos, aunque a buen seguro que no los habrá mejores que los que le rendirán con su recuerdo las generaciones de maestros que lo tuvieron en las aulas como ejemplo a seguir. Muchos se lo habrán cruzado en sus paseos por la ciudad, con su carterita siempre bajo el brazo, donde guardaba siempre lectura de calidad y lapicero presto para apuntar lo que creía importante. Nunca se empeñaba en tener razón, aunque muchas veces esta le asistía. Siempre con nosotros en la memoria: Óscar García Prieto, ejemplo al estar, y al irse.
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