18/06/2021
 Actualizado a 18/06/2021
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En la casa del cruce vivía la viuda que sacó adelante a seis hijos sola, pero con la ayuda y el respeto de todos. Y casi al lado, la solterona que se dudaba si lo era por casquivana o porque nadie la quiso, aunque del hermano, tan solterón como ella, se decía que fue listo y supo disfrutar la vida. Y también estaban las otras, a las que el marido apaleaba. A una, era cosa de poco, solo se le iba la mano con ella cuando se le iba antes con el vino y la otra… decían algunos que se lo tenía merecido, que era más terca que la mula y hablaba demasiado y ya se sabe… las mujeres, cuanto más calladas, más guapas. Y a todas, incluso a la solterona, las describió Galeano como si las hubiese conocido: «Esa mujer es una casa secreta. Es una fortaleza. En sus rincones guarda voces y esconde fantasmas. En las noches de invierno, humea…». Así eran. Firmes y calladas como robles centenarios que, aun estando vivos, caldeaban a toda la familia y menos las golondrinas, todos anidaban en ellas. Mujeres mansas que, por costumbre ancestral, prometían obediencia al marido. Ese que repetía cien veces al día «lo que mande tu madre» o «lo que tu madre diga» cuando los hijos preguntaban. El que jamás tomó una decisión sin mirarla fugazmente para que no se notara que leía la respuesta en el leve parpadeo de ella, antes de pronunciarse, que para eso era quien llevaba los pantalones en casa. Un mundo de hombres en el que las mujeres pasaban del padre al marido, a veces sin firmar más papel que el de su boda y donde, de haberse oído la palabra machismo, que no fue el caso, hubieran pensado que se trataba de un mal extraño que atacaba a los conejos. Mujeres que se creían con todos los derechos sin tener ninguno y que no se sentían discriminadas en el trabajo, porque trabajaban tanto como ellos. Claro que había machismo, milenios de cultura machista pesando como una losa sobre los que no estaban dispuestos a ejercerla. Hombres destinados a tener el mando y ser de acero, a veces de acero fundido, obligados a cerrar la puerta para apoyarse en mujeres de hierro y liberarse del rol que el sistema les había asignado.

Ni siquiera fueron conscientes de su labor o quizá es que aún les estaba permitido tener autoridad sobre los hijos, arrebatada al mismo tiempo que a los maestros, cuando nos pusimos estupendos y cualquier consejo o reprimenda por parte de un adulto podía ser traumático. Impensable que un padre de aquéllos permitiera a un hijo faltarle al respeto a su madre o a su hermana. La madre. La mujer que el sistema doblegaba, pero de puertas adentro era la columna de la casa. Y la base. Y el tejado. Imposible que un hijo que mamara aquel respeto, haga daño en el futuro a la mujer con quien conviva porque los roles machistas, como la receta de la abuela, se trasmiten.

Y ahí estamos. Con la intolerancia instaurada y la violencia campando a sus anchas. Los egos no nos caben en el cuerpo, con derecho a todo porque lo de renunciar a algo, murió con nuestros padres. En esta involución a la que llamamos progreso, sin que nadie dé la brasa con lecciones de respeto, haciendo del machismo un valor en alza amparados en el anonimato de mundos virtuales, con una violencia nueva, más cruel que las antiguas peleas de adolescentes por la más guapa o de hombres resolviendo asuntos pendientes a puñetazos. Ahora lo llamamos bullying, mobbing o luz de gas, en las cocinas. Una violencia invisible y cruel que se ejerce con la sonrisa puesta, sin despeinarse y paseando de la mano de la víctima mientras un par de SMS bien enviados, derramándose en el aire y cogiendo mil bifurcaciones, acaban con ella. Violencia de exhibición, sin pudor alguno, que empieza a ser alarmante. Luz de gas. Una forma de maltrato tan difícil de gestionar y tan perversa que el verdugo revierte la situación disfrazándose de víctima y ésta acaba creyéndose culpable, ante el rechazo de todos. Algo tan difícil de demostrar que retiene a mujeres durmiendo durante años con el psicópata que acaba matándolas, sin más cómplice que el silencio, hartas de chocar con la incomprensión porque no consiguen demostrar que su maltratador tenga una mente tan diabólica para inventar tanto como ellas dicen.

Y las matan. Entonces sí, el Ministerio de Igualdad estudia las lagunas del sistema y afirman que existen herramientas muy potentes, aunque no están en pleno funcionamiento y dicen que harán…y prometen… mientras se producen once asesinatos en un mes, sin contar lo que no quiero mencionar por ser demasiado pequeño y sagrado.

Si con once asesinatos seguidos no han activado ya medidas legales contundentes, asignatura obligatoria en los colegios, políticas de apoyo inmediato a las víctimas, servicios sociales, policía, juzgados…todos manos a la obra para plantar cara a esta masacre, hago mía la frase de Francisco A. Velasco: «El que más madrugue que despierte a Dios». Y ya de estar, que proteja a las mujeres y a los niños de este país, que para la protección de lobos y urogallos, tenemos los sistemas activos.
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