imagen-159544846.jpg

Los que cardan la lana

30/07/2021
 Actualizado a 30/07/2021
Guardar
Conté en su día que la primavera llegaba a mi pueblo dando tumbos, anunciándose con polvareda y estruendo de latas, montada en el carromato de Ciriaco el hojalatero. En cambio, el verano llegaba de forma serena. No venía de lejos, nacía en una alcoba de la casa, bajaba silencioso la escalera y se presentaba en la cocina con el pelo recogido y un vestido verde de manga corta. Siempre el mismo.

Virginia tenía un vestido verde intenso cuajado de margaritas, desentonando con su habitual ropa oscura. El día que lo sacaba del armario había una explosión de color en casa, las ventanas parecían más grandes y nacía un verano que colgaba sobre el pueblo hasta las siete de la tarde, que se recurría al refuerzo de la lumbre. Seguro que tenía más ropa pero es imposible recordarlo porque aquel vestido tira con tanta fuerza de la memoria que cubre el recuerdo de cualquier otra prenda, quedando grabada para siempre como la imagen del nacimiento del verano bajando la escalera disfrazado de madre.

Este año los diseñadores de la pasarela de moda 2021 sugieren hacer una sola colección al año para aminorar el impacto del sector textil en el medio ambiente, regresar a lo artesano y recuperar la confección por manos con oficio, mientras Roberto Verino propone un ‘armario emocional’ con prendas que nos identifiquen y lleguen a tener un valor afectivo por ser parte de nuestra vida, porque no hay mejor sostenibilidad que tener ropa de largo recorrido. Propuesta que me devuelve a ese vestido verde que anunció todos los veranos que alcanzan mis recuerdos y permanece intacto, salvo el color, que palideció hasta un verde suave y cansado con florecitas desvaídas, pero con tanta dignidad como la mujer que lo hizo con sus propias manos y lo usó durante décadas.

De nuevo nos proponen el pasado como futuro, cuando sabían ser autosuficientes y las manos servían para hacer todo aquello que evitase gastos. Antes de que modistas y sastres fuesen reemplazados por niños asiáticos y el algodón y la lana, por fibras sintéticas. Antes de caer en la trampa de las modas efímeras uniformando al rebaño, con diferente color de pelaje cada temporada para generar gasto. Antes de que el planeta dijera basta.

Tirando del hilo –nunca mejor dicho– podrían unirse dos mundos tan distintos como esas pasarelas de moda y un rincón de la montaña leonesa donde hace días se celebró la tercera velada trashumántica, al cobijo de la ermita de Roblo que da entrada a Salamón. Ese es el despacho donde Ángel, un alcalde que pisa tierra, en su empeño de hacer de la trashumancia y los oficios que conlleva una forma de vida para su comarca, convoca a una serie de rebeldes con causa dispuestos a recuperar lo que fue nuestro. Porque las merinas y su lana, única en el mundo y oro molido para los modistos, es un capital que salió de nuestras laderas, rumbo a otros puntos del mundo donde supieron explotarlo mientras España lo desdeñaba y nuestra montaña conocía el declive y la miseria.

Ángel reunió de nuevo la sabiduría de Manuel, estudioso de la trashumancia y autor de varios libros, tras décadas acompañando a pastores y rebaños por las cañadas reales; el entusiasmo de Ernestine, la alemana que se quedó en España y recuperó la trashumancia entre la Montaña Cantábrica y las dehesas del Sur; la experiencia de Paco Morgado, pastor trashumante que lleva cuatro décadas viajando con sus merinas y la ilusión de Óscar Fierro, un joven que dejó su labor de delineante y hoy luce una placa en el pecho que pone: Hilandero. Porque un día encontró en la casa heredada de su bisabuela unas cardas, un huso, un torcedor, un par de calcetines de lana y una perrona torcida y se propuso hacer unos calcetines. Aún no lo consiguió pero, rodeado de todos esos instrumentos, da una lección magistral de todo el proceso de escarmenar, cardar, peinar, hilar y enmadejar desde que la lana es esquilada hasta ser un ovillo que antes tiñe con cebollas, lombarda, hojas de higuera, piel de nueces, sauco o cualquier producto natural que ande cerca y se deje cortar. Un taller de aprendizaje que debería llevarse a todos los colegios de esta tierra de rebaños.

Admirable que la sombra de unos fresnos y un solo animal, la oveja merina, consigan congregar tantos oficios diferentes. Pastores, ganaderos, trabajadores del textil, jóvenes queseros, el Grupo Operativo Ovinnova apostando por llevar la lana de merina a las pasarelas de moda, el hostelero asando los corderos, el taller de Óscar… Ver tantas fuentes de riqueza dignas de explotar, tantos medios de vida reales en torno a un animal, desmonta la creencia de que vivir en los pueblos es una utopía. Y compruebas que lo único que falla en esa cadena de ilusiones y proyectos son los medios, esos que los que administran lo ajeno emplean en todo menos en combatir la despoblación que tanto pregonan mientras cortan cintas inaugurales, dando sentido a aquello de que unos buscan la fama y otros, luchando por la tierra en la que creen, cardan la lana. Con esos me quedo.
Lo más leído