Los profesores no hacemos milagros

J. González
12/02/2019
 Actualizado a 15/09/2019
Se ha extendido por nuestra sociedad una falsa y peligrosísima creencia alrededor de la educación y de la tarea de los docentes sosteniendo que estos tienen que ser una suerte de gurús espirituales de la motivación adolescente, y que su tarea fundamental es, sin lugar a dudas, motivar a los alumnos sin considerar siquiera la posible existencia de otros condicionantes. No voy a recurrir a la más que gastada argumentación de que los jóvenes son naturalmente tendentes a dejar sus obligaciones para mañana, sino que voy a referirme al problema desde una perspectiva diferente. Como docente, y aunque mi trayectoria es todavía corta en este sentido, me sorprende y me molesta que deba ser yo quien motive permanentemente a los alumnos y alumnas que vienen a clase vestidos con caras largas y cuyo rendimiento académico es deliberadamente negativo. Que no se me entienda mal, no digo que una tarea esencial de la docencia no sea la de transmitir de un modo ameno contenidos que en muchos casos pueden ser tremendamente aburridos, sino que lo que quiero expresar es que la narrativa tejida alrededor de esta problemática dicta que mi tarea como profesor es corregir también aquellos defectos conductuales que algunos adolescentes traen de casa. Debemos asumir que hay chicos y chicas que ponen la voluntad en evadir sus responsabilidades construyendo estrategias de una complejidad asombrosa, y en algunos casos, con un componente malicioso. Por ello, es inmerecida la carga de responsabilidad que se atribuye a los profesores cuando se les interpela a sacar del fracaso escolar a aquellos que, por voluntad y con trabajo en este sentido, no quieren salir de él. En definitiva, como docente siento la responsabilidad de denunciar que por muy progresista que se quiera mostrar la pedagogía actual los profesores no sabemos hacer milagros, por lo que parte del trabajo hay que hacerlo en casa. 
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