Los personajes del tío Ful: Manuel Fresno, cura

Paisano del llano, Cabreros del Río, cura de la montaña que fue minera, Olleros de Sabero, cumple 50 años en la 'empresa' haciendo aquello en lo que cree, acompañar

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
12/10/2019
 Actualizado a 12/10/2019
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El Manolo y don Manuel se suceden cuando pasa pues son los vecinos los que eligen cómo tratar al cura, él contesta a todos igual «y a los que vienen enfadados también, que la vida te pone en situaciones que hay que entender».

Pese a su vitalidad y «no parar ni un segundo» Manuel Fresno, el cura de Olleros, cumple este año 50 años como sacerdote, ya le han homenajeado en su pueblo natal, en las tierras llanas de Cabreros del Río, y en unos días lo van a hacer en su parroquia, en la montaña minera, Olleros y otras diez parroquias del Valle de Sabero.

Es un cura atípico, tanto que entre los reconocimientos que luce en su carrera destaca el Armonía de las Letras o que lleva 35 años organizando la Semana Cultural —«no en verano, que ya hay muchas cosas»— u otra que le gusta recordar, «la Semana del Enfermo», con una misión clara, que define la palabra que marca su forma de entender el oficio: «Acompañar. Yo creo que la misión del cura es acompañar, estar con la gente, entender, ayudar».

- Y me gusta buscar la cara positiva de las cosas, la Semana Cultural nació en los momentos más difíciles del valle, con el cierre de las minas, para sembrar puntos de optimismo, visión de futuro.

Es el pequeño de ocho hermanos, «el de las arrebañaduras, que se decía» y mantiene toda la vinculación que puede con su tierra; se emocionó en el homenaje al recordar su infancia. «Mi madre tuvo un postparto difícil y el único abuelo que conocí, Tomás, me sentaba en sus rodillas para darme papilla y leche de la vaca Rubia rebajada con manzanilla que nos recetaba don Perfecto, el médico». Nació en el Barrio de Abajo, donde su madre, Martina, «se juntaba con las vecinas a hablar, repasar, coser... siempre haciendo algo».

Le tocó, como a todos en su pueblo, trabajar en el campo. «Pillé la última época de los carros, los arados romanos, la lenta pareja de bueyes... después ya llegaron los tractores y demás y fue una bendición. Recuerdo aquel tractor Lanz, del año 58, aunque un año por San Lorenzo provocó un fuego con el tubo de escape. También recuerdo cuando llegó la luz, primero con cera, la radio... Creo que todo ello me ayudó mucho a entender a la gente, a ponerme a su lado».

El 1 de junio de 1969, con 24 años, se ordenó cura. Conoció la nieve en la Colegiata de Arbas, donde estuvo 10 años; el carbón y su final en el valle, donde llegó en los 70 y donde sigue. «El día que llegué salí a dar una vuelta y tomando un vino uno me preguntó en qué pozo iba a trabajar, no le dije que era el cura, que yo iba a acompañar a la gente... Fue el primero con el que hablé y acabó siendo uno de mis grandes amigos en Olleros».
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