Los personajes del tío Ful: Ángel Santamarta, cabrero

Madrileño de nacimiento, estudió Turismo, trabajó en ello y un día, hace 5 años, decidió regresar a Vegapujín, su tierra de origen, y allí ser ganadero de cabras, con permiso del lobo

Fulgencio Fernández
24/10/2020
 Actualizado a 24/10/2020
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«Tú en el pueblo pregunta por el nieto de Jamín, que así me conocen». Te lo dice ÁngelSantamarta como «guía» para encontrarlo pero es mucho más que una anécdota, es lo que significa su vida en los últimos tiempos, el regreso a casa, a la tierra de los abuelos, a sus ocupaciones, a su forma de vida y a su forma de entender el mundo. «Yo nací en Madrid, estudié Turismo en León, trabajé en cosas relacionadas con mis estudios, como ser guía en la Cueva de Valporquero, y hace cinco años decidí regresar al pueblo, a Vegapujín, donde poco a poco voy intentando formar un rebaño de cabras del que pueda vivir, que es mi aspiración. Me gusta este tipo de vida, el contacto con la naturaleza, los animales, los mastines... pero la verdad es que no nos lo ponen nada fácil».

Reconoce Ángel que en la tradición familiar podía pesar más la ganadería de vacuno, pero necesitaba una inversión muy fuerte y recuerda el viejo refrán: «Al hombre perdido... cabras y cochinos». Y con las cabras ha empezado. «El año pasado ya tenía un rebaño de 106 animales, entre cabras y cabritos, castrones... pero entre el lobo y unas pocas que enfermaron me he quedado en 86. A ver si ahora en noviembre, con las parideras, va creciendo nuevamente y para el año que viene ya me planteo dar de alta el rebaño y voy logrando, poco a poco, vivir de las cabras, que es mi deseo».

Pese a sus cinco mastines –«que también son un gasto, a uno me lo mordieron y gasté mucho en veterinario, pero es lo que hay que hacer»– ha sufrido un par de ataques de los lobos, en el último con 11 cabras muertas. «Nada más que se te cortan ya corren peligro». Y lo que no acaba de entender es su desprotección. «Si estos ataques son unos montes más allá, en Asturias, el Principado pagaría indemnizaciones, pero aquí el olvido es absoluto», relata mientras pasa ante un cabritillo que, dice, «es un superviviente; en uno de los ataques del lobo pasó toda la noche en la refriega y al día siguiente apareció, asustado; no sé cómo lo hizo».

Ahí sigue el bueno de Ángel, en su empeño de que siga creciendo el rebaño y recordando, por ejemplo, que «la mejor prevención contra el fuego son las cabras pastando los montes».
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