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Los perros ya no ladran

09/10/2020
 Actualizado a 09/10/2020
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Aquí estamos, replegados de nuevo tras la ventana, sin ganas de salir a la intemperie y recorrer el espacio permitido, huyendo de un virus casi tan letal como el que nos ataca a cubierto. Imposible esquivar el bombardeo informativo por televisiones y redes. Metralla, esquirlas que se clavan en la mente y embotan los sentidos. Un bucle de muerte, corrupción y virus. Políticos, justicia ¿? y mentiras. Colegios abiertos, organismos cerrados, consultorios sin médicos… debacle, hastío que debilita robándonos la calma.

Precisamente hoy, Día Mundial del Correo, apetece arrancar el enchufe y acabar con esta intoxicación desinformativa. Añoras la calma de las noticias limpias, escritas a mano, sin viajar por redes invisibles si no por una cadena humana, pasándose el testigo desde cualquier confín del mundo hasta una puerta, donde el cartero llama dos veces y un perro ladra. Qué fue de las emociones y lágrimas enamoradas que los carteros urbanos dejaban en los buzones, hoy nichos de multas, facturas y cartas sin alma. Qué fue de las sacas repletas de emociones que nuestro querido tren de Feve dejaba en las estafetas para que Daniel el de Barrillos las sembrara por las Arrimadas o Delfín el de Ferreras las esparciera por el Valle del Tuéjar. Cuántas promesas llegarían a Carande a lomos del caballo blanco del cartero de Horcadas. Cuántos perdones llevaría la moto de Antonio el de Lois o las alforjas del burro del tío Vicente, hasta las puertas de Salamón. Hemos renunciado a la estampa de esos emisarios llevando confidencias inviolables a la espalda, manos temblonas recibiéndolas y una madre nocturna buscando cuartilla, sobre y sello en el cajón de la alacena, sacudiendo las migas del hule y cosiendo palabras a su manera, que lo suyo es zurcir calcetines. «Querido hijo…» lo demás será banal, lo único importante será la calma azul de sus garabatos. Hemos renunciado a esa calma.

Quizá este nuevo confinamiento sea una oportunidad para enmendar errores, restar saludos virtuales a velocidad G, hacer una pausa y escribir una simple carta a esa persona que se cree olvidada en el asilo o en el pueblo más recóndito. No necesita ser larga. Con ese «Querida madre…» que sólo se dice con papel y tinta, se la llenarán los ojos. Tampoco hay prisa, que su vida es pausada. Y seguro que cuando el perro ladre y llamen a la puerta, saldrá con andar cansino y lento, sin importar, porque el cartero siempre llama dos veces. Y si llama tres y no hay un perro que ladre…habremos llegado tarde.
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