Los pecados no caducan

18/02/2020
 Actualizado a 18/02/2020
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Dicen los que entienden del asunto que los delitos caducan, prescriben le llaman en su enrevesado argot de latinajos y palabrejas, y así resulta que cuando llama la justicia a careo a los delincuentes de cuello blanco ocurre que ya es igual lo que se demuestre, aquello ya pasó. Digo a los de cuello blanco porque a los de cuello negro –la chusma que se decía antes– no le caducan ni los yogures pues los comen hasta un año después de la fecha de caducidad que dice la tapa.

Pero hay excepciones, las hipotecas no caducan, hasta ahí podíamos llegar, que fuéramos a tratar de tú a los bancos, hombre por dios.

Y parece que tampoco prescriben los pecados, en realidad las que no caducan son las penitencias que te acarrea el haber sido pecador y malo. Lo que ocurre es que la Santa Madre Iglesia, que estas cosas las adorna como Dios y nunca mejor dicho, lo explica de otra manera y te recuerda que en realidad lo que tienes que hacer es llevar a la práctica una «nueva forma de reconciliación con Dios», cuya fórmula más práctica viene a ser que vas al buzón de la limosna penitencial, pides la cuenta, pagas lo que te corresponde y aquí paz y después gloria. Más o menos como aquellas bulas para poder comer carne en Cuaresma, tan incómodas en aquellos tiempos en los que el chorizo era el único alimento que colgaba de los varales de la despensa.

Y Mauri, que habla sin decir palabras, parece querer sugerir con esta imagen que una vez que has cumplido con el precepto de reconciliarte con el Altísimo ya tienes abierto el camino de las escaleras que llevan al cielo. Si la muerte tiene un precio... no lo va a tener la gloria.
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