11/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Es un atrevimiento que yo hable de los Panero. Es más, no voy a hablar porque no tengo los conocimientos necesarios. Solo sé lo que cualquier curioso sabe, cualquiera que se haya acercado a ese mundo tan complejo, artístico, contradictorio y enfrentado.

Pero puedo citar algunos recuerdos. El primero, evocar el día que supe que había habido un poeta de Astorga que se llamó Leopoldo Panero. Y que era un poeta relevante, eso se me dijo, y probablemente era verdad. Lo digo después de haberlo leído, algo que resultaba casi imposible durante años: nadie editaba su obra. Y supe de Panero porque supe su muerte en Castrillo de las Piedras, a los 52 años. Nos lo había contado en clase de literatura el profesor y poeta, también astorgano, José Antonio Carro Celada, quien, sin duda, lo conocía. En las aulas del colegio de San Ignacio de Ponferrada, en junio de 1966, cuatro años después de su muerte, sonó el nombre de Leopoldo Panero. Sonó su vida, su irse tan pronto, su vínculo con su tierra natal. Y nos dejó huella.

Un día de 1970 pasé yo por la calle Leopoldo Panero de Astorga, y me detuve a observar en la casa familiar una fiesta al otro lado de las verjas. Vi un jardín, vi flores y luces, vi personas que parecían egregias y también vi a Michi Panero, que tendría entonces unos 16 años. Un jovencito muy bien vestido y remoto para aquel mundo asturicense. Eso me pareció.

Años después, en 1976, en una de las primeras tardes que pasé en Valencia, vi la película ‘El Desencanto’, y allí, como tantos, me asomé a un espectáculo tan insólito y descarnado que yo creo que aún perdura en mí la sorpresa por aquel film. Que ahonda en una saga de cuatro poetas de alto valor, muy diferentes y todos tocados por el ángel de lo misterioso. Tanto Leopoldo padre y su hermano Juan, muerto tan prematuramente, como sus dos hijos poetas, Juan Luis y Leopoldo María. El tercero, Michi, era más periodista y hombre de letras que poeta.

Y ahora acabamos de saber que se van a unir en la cripta familiar las cenizas de Leopoldo María Panero con las de su padre, su abuelo, y con las de su hermano Michi. En Astorga, el día 22 de agosto. Es una brasa lírica de un tiempo heterodoxo, intenso, duro. Un tiempo, me atrevo a decir, donde la ternura no estuvo muy presente. Predominó el exceso, la aspereza y, el viaje y el talento. Y la póstuma raíz. Aunque su hijo Juan Luis, para mí el mejor poeta de todos ellos, eligió otro mundo para reposar eternamente. Descansen todos en paz.
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