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Los negociadores

27/09/2020
 Actualizado a 28/09/2020
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Confieso que cada vez que escucho hablar de largas y duras negociaciones me imagino a los negociadores echando una partida de cartas entre espesas nubes de humo, vasos grasientos y una televisión al fondo iluminando intermitentemente la escena. Me pregunto después con qué baraja jugarán, la verdad, o si estarán haciendo solitarios los unos enfrente de los otros, porque cuando salen y hablan siempre resulta que han ganado todos.

Hasta que hay acuerdo, o hasta que pueden contar que hay acuerdo, lo normal es que al salir digan que ha habido importantes «avances». Igual llevan una liga de mus o de cinquillo y tienen que acaban jugando todos contra todos. «Estamos un poco más cerca» es otra de las declaraciones más repetidas de los negociadores, probablemente el equivalente al «no hay rival pequeño» de los futbolistas. Lo que no sabemos, por lo general, es de dónde estamos más cerca, por eso tampoco anima demasiado saber si nos queda mucho o poco.

Cuando se negociaban los planes del carbón, las reuniones en la sede del ministerio de Industria eran lo que se suelen decir maratonianas, desde primera hora de la mañana hasta la madrugada. Alguno, al salir, tenía el mismo aspecto que Rajoy cuando terminó la larga sobremesa en la que celebró la moción de censura que le propulsó hacia el limbo en el que penan las ánimas y los ex presidentes. «No nos levantaremos hasta que haya acuerdo», decían al entrar, se supone que a modo de garantía, como si aquello fuera picar carbón, terminar las cuentas o tirar una pared a cabezazos. Pasaban días discutiendo todos y cada uno de los puntos de los planes del carbón, pilares sobre los que se debía apoyar la esperanza de esta tierra, exitosos acuerdos desglosados hasta el más mínimo detalle que durante los años posteriores fueron escrupulosamente incumplidos. Pasado un tiempo, se volvían a reunir y analizaban el fracaso de su acuerdo, si la culpa fue más tuya o mía, si ahora gobierna éste o aquél. ¿A quien le tocaba dar? ¿Qué es triunfo esta vez? Si no hubiera arrastrado...

Aunque todos comparecieron como ganadores, es fácil saber quién ganó realmente aquellas partidas: algún sindicalista terminó en la cárcel, varios políticos en los consejos de administración de las empresas energéticas y los empresarios diciendo que donde ponía subvenciones en realidad quería decir indemnizaciones, concretamente para ellos. Es también fácil saber quién perdió: no hay más que darse una vuelta por las cuencas mineras.

La clave de una negociación es el poder de decisión que tenga cada una de las personas que participa en ella. Tener que consultar a alguien externo cada paso puede resultar tedioso pero, a veces, aunque parezca mentira, sería mejor que tuvieran que llamar a sus jefes para decir sí o no. De otra forma, se asume el riesgo de que el negociador se sienta ante su minuto de gloria o que todos terminemos pagando las consecuencias de los peajes heredados y los codazos repartidos para conseguir llegar ahí.

Se aprecia de forma nítida en las negociaciones sobre la prórroga de los Erte con los que se intenta paliar la destrucción de empleo generada por la pandemia. Los más honestos de estos negociadores terminan siendo los empresarios, porque Gobierno y sindicatos han demostrado actuar también con tanta crueldad o más de la que se le supone a una empresa y tener una empatía mucho mayor hacia los empresarios que hacia los trabajadores. Mientras van mutando en tertulianos televisivos, esperan a marcar el triple sobre la bocina para hacer más épico su papel, sumiendo en la incertidumbre a millones de trabajadores, aunque en esta venganza de los conspiranoicos que nos ha traído al virus hay teorías para todo: hay quien cree que agotan su tiempo para que, en este país de pícaros, no empiecen los vaivenes de contrataciones a última hora. Empezaron negociando esta nueva prórroga en Mallorca, según ellos un guiño al sector turístico, y lo último que dijeron es que este fin de semana seguirían negociando de forma no presencial. Supongo que tendrán ya un grupo de Whatsapp.

Ya que asumimos como si no pasara nada el riesgo de que los militares hagan de enfermeros y los universitarios de profesores, quizá sería mejor que el asunto de los Erte se le encargara directamente a los negociadores de la policía, que al menos tienen dos máximas claras: ganar tiempo y evitar daños personales.
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