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Los mejores del mundo

22/11/2020
 Actualizado a 22/11/2020
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Desde que aprendimos que hay vida al Este de Caín, al Oeste de Candín, al Sur de Izagre y al Norte de La Cueta, somos tan presuntuosos que, a la mínima, a cualquier cosa le ponemos la coletilla «del mundo». Hay gente que ha dedicado su vida entera a viajar y no ha recorrido ni siquiera la mitad, pero nosotros, por menos de nada, declaramos oficialmente lo mejor, lo peor y lo único «del mundo», como si lo conociéramos entero. Con ello demostramos la misma ignorancia de esas personas que van a hacer el ridículo a la televisión y, aunque el programa tenga una audiencia del 0,1%, se declaran a su vecina «delante de toda España». Una viga atravesada en el tejado de la iglesia de tu pueblo la puede convertir en «la única del mundo con un sistema de contrapesos similar». Un maestro premiado en un galardón hasta la fecha desconocido pasa a ser «uno de los mejores profesores del mundo». Un lateral izquierdo que se pegue dos carreras consecutivas por su banda pronto despierta comentarios del tipo «es uno de los mejores laterales izquierdos del mundo». Un escultor que vende sus obras y obtiene reconocimiento en el extranjero pronto es bautizado como «uno de los mejores escultores del mundo». En León le damos una vuelta a todo y, salvo catástrofe, solemos tener aquí a los campeones del mundo de lucha leonesa y de bolo leonés.

El más hipócrita de nuestros «del mundo» es el que durante años hemos dedicado al sistema sanitario. Como venían los jubilados ingleses a operarse aquí de sus lunares, a muchos les parecía que no había cirujanos como los españoles, obviando en nuestra grandeza «del mundo» que lo hacían básicamente por el dinero que se ahorraban. Entre otras cosas, la pandemia ha demostrado que nuestro sistema sanitario está muy lejos de ser el mejor del mundo y que, si se mantiene, si es capaz de contener los envites del virus, es porque queda la duda de que nuestros sanitarios sí que puedan ser «los mejores del mundo».

Tan hipócritas como los «del mundo» fueron los aplausos que les dedicamos durante el confinamiento, aplausos que empezaron con una causa noble y que terminaron convertidos en el punto de inflexión de la jornada de encierro, el momento de saludar a los vecinos y, en algunos de los casos, convertidos directamente en la fiesta que no podíamos organizar en los bares. En Italia, donde nació de forma espontánea esa forma de homenaje, pronto dejaron de salir a aplaudir a las ventanas ante el desfile diario de camiones militares cargados de ataúdes, pero aquí el momento se terminó aprovechando para todo tipo de carnavales, desahogos colectivos, reivindicaciones varias y, obviamente, sus contrarias, que desde luego siempre las hay.

De aquellos aplausos no quedan ya ni los ecos. La facilidad con la que nombramos y tumbamos a los héroes ha hecho que los sanitarios sean hoy tan maltratados por la sociedad como otros profesionales cualquiera. En Castilla y León, el sábado pasado, el presidente de la Junta les entregaba con una mano un premio «por trabajar hasta la extenuación cada día para proteger, curar y cuidar a los demás» y, con la otra, firmaba un decreto que recorta de forma brutal sus derechos. Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda ha sido siempre una de las máximas de la política, incluso cuando había izquierdas y derechas. Los sanitarios han salido a la calle esta semana para protestar por este «decretazo», sin respaldo prácticamente de ningún otro colectivo y teniendo que aplaudirse a sí mismos, porque ahora, de la noche a la mañana, les pueden cambiar de destino o quitar descansos o modificar sus vacaciones sin ningún tipo de negociación previa. Entendiendo que no debe de ser fácil negociar con un colectivo con más egos que el vestuario del Real Madrid, entendiendo lo excepcional de la situación, el decreto de la Junta será necesario pero resulta irritante, porque el sentido común llevaría a pensar que, más que reorganizarse, lo que necesita el sistema sanitario es reforzarse.

El virus que todo lo tapa, la urgencia del momento, impide ver que el fondo de la cuestión es exactamente el mismo de casi siempre en esta comunidad autónoma: los médicos no quieren cubrir las plazas que se convocan en lo que el eufemismo administrativo define como «zonas de difícil cobertura», que da la casualidad de que son las mismas a las que no llega el teléfono, la televisión o la red. En la provincia de Valladolid hay 200 médicos más de las plazas oficialmente registradas, mientras que no se encuentran profesionales que quieran ir a cubrir la especialidad de Oncología en Ponferrada o a atender los consultorios rurales de La Cabrera. El motivo no es sólo el deje urbanita que nos ha entrado a todos, como se podría pensar, sino también que los contratos que se ofrecen en esas «zonas de difícil cobertura» son más que precarios y no permiten, ni siquiera a nuestros héroes sanitarios, estabilizar mínimamente su vida.

Pero siempre hay motivos para ser optimista. Noviembre, por ejemplo, es un mes perfectamente prescindible, con pandemia o sin ella, y quizá con este sistema la Junta de Castilla y León descubra ahora que, a través de un decreto, puede llegar a donde lleva 37 años sin llegar y, quién sabe, repartir sus consejerías y fundaciones por las nueve provincias en lugar de concentrar todas en una. Todo es posible. Hay que tener en cuenta que el «decretazo» ha sido ideado, entre otros, por la consejera de Sanidad, en su día nombrada la mejor médico de familia «del mundo».
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