17/07/2020
 Actualizado a 17/07/2020
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En un cuento titulado ‘Los últimos lapiceros’, tras un invierno gris, aparecen lápices por todas partes, junto a hermosos textos inacabados, como esperando ser rematados por quien los lea. Como en los cuentos todo es posible, hace días, éste cobró vida en un vídeo que resultó ser un puñetazo de realidad. En él, Alba, conteniendo la rabia como puede, pide ayuda desesperadamente. Apenas empieza a hablar, aparece un lapicero color valiente y un texto que la define: «Hay mujeres y hombres con tanta dignidad que solo rompen el silencio para llorar por los otros». Alba, serena pero abatida porque se le ha roto la esperanza, no pide para ella, ruega visibilidad para los enfermos de ELA. Y mientras rebusca las palabras, los silencios gritan por ella y otro lápiz de aquellos que escribieron sentimientos no dichos, va en su ayuda porque su impotencia ya estaba escrita: «A veces, hay que atar los dedos con tiritas para que dejen de sangrar los lapiceros, palabras con tanto silencio...»

Leyendo sobre este tema, uno comprende su frustración. Es incomprensible que en siglo y medio no hayan encontrado solución a la enfermedad considerada como la más cruel y devastadora, sin más excusa que la baja prevalencia (poco porcentaje de enfermos, o lo que es lo mismo: poco negocio). Intolerable el aplazamiento de ensayos y pruebas que alargan la espera a quienes no tienen tiempo, poniéndoles la esperanza cada vez más lejos. También esto estaba descrito por un lápiz color cansado, con una belleza que rompe: «Casi todo está demasiado lejos… pero no hay que dejarse vencer, hay que inventar cada día un sol y una rosa». Cuando crees acabado el vídeo, te retiene un largo silencio hasta que a Alba le nace una última palabra, que es una súplica: AYUDA. Ante tanto coraje, en una guerra demasiado grande para ella sola, apetece hacer trampas y darle pistas: que busque un lápiz color niña y descanse sobre un texto que alguien escribió para ella, un 8 de mayo»… «Y ya cansada, te dormías sobre las palabras de cuento que yo te inventaba».

Y termina el relato descubriéndose «que eran ellos, los propios lapiceros, quienes guiaban los dedos y la mano; eran ellos los últimos lapiceros románticos, quienes terminaban los textos de los sueños… que nadie había escrito». Los que sabemos que eso no es cierto, jamás desvelaremos que ese cuento y los textos de los lapiceros de Alba, si fueron escritos, por nuestro querido Toño Morala, el que inventa un sol y una rosa cada día porque el Mar ya es suyo. GRANDE, Alba.
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