Los juegos del hambre

‘Una humilde propuesta’ llega este sábado al Teatro El Albéitar de la mano de Micomicón, que urde una sátira macabra sobre la manera de erradicar la pobreza convirtiendo a los recién nacidos en un delicioso manjar

L.N.C.
05/10/2019
 Actualizado a 05/10/2019
Mariano Llorente en la representación de ‘Una humilde propuesta’.
Mariano Llorente en la representación de ‘Una humilde propuesta’.
El monólogo de Jonathan Swift es un latigazo a nuestra indiferencia. Sin aspavientos, con mesura y moderación, se propondrá que lo mejor que podemos hacer para acabar con los pobres que nos rodean es... comérnoslos. No a las adultos, correosos e indigestos, ni siquiera a los jóvenes, no... A los bebés que no pasen del año. Bebés lechales. Así los quitamos de en medio y nos alimentan, formidable manjar. Hay, pues, que preservar a las madres parturientas para que semejante delicia gastronómica sea un realidad en los banquetes de terratenientes. Economía para el Reino y deleite para las clases dominantes.

El texto del escritor y clérigo irlandés, autor, entre otros clásicos, de ‘Los viajes de Gulliver’, sugiere un espectáculo ameno como un programa televisivo de comida guiado, por ejemplo, por Karlos Arguiñano. Aunque puede que semejante sátira gastronómica termina provocando en algunos una mala digestión en sus conciencias.

‘Una humilde propuesta’ es un ensayo satírico en el que Swift plantea resolver el problema de la minoridad pauperizada en Irlanda, de campesinos inquilinos que no pueden alimentar sus hijos agobiados por el acoso de propietarios inflexibles y proyecta activar la economía con la fórmula de crianza de niños para el consumo de su carne. Denuncia desde la sensibilidad y usa el sarcasmo, la ironía y el humor negro como vehículo de transmisión, enunciando una tesis que demuestra por el absurdo: el hambre y la sobrepoblación solucionadas por la vía de la producción de niños para alimentación. La obra se ha convertido en referente del género ensayístico.

En ‘Una humilde propuesta’ se comienza exponiendo fríamente la triste situación presente: muchas madres mendigan en Irlanda con sus hijos a cuestas; después se prosigue con las ventajas que se desprenderían de la aplicación de la medida que se sugiere: los niños dejarían de constituir una carga para sus padres o para el país, y ya no se cometerían más abortos, ni casos de mujeres «que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano».

Seguidamente se analiza con crudeza economicista la utilización rentable de los menores que no sirven, siquiera, para robar. Estos razonamientos, muy especialmente lo truculento de la propuesta que se plantea como solución sugieren la crueldad inhumana de quien los concibió, en realidad constituyen una estrategia deliberada según F. R. Leavis ((’The Irony of Swift’): la ironía de Swift es esencialmente una cuestión de sorpresa y negación; su función es derrotar a la costumbre, intimidar, desmoralizar. Lo que asume en la argumentación no es tanto una aceptación común del cristianismo como que el lector se avergüence de tener que reconocer fundamentalmente lo no-cristianas que son sus concepciones, motivos, y actitudes.
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