«Los hubo que continuaron arando la tierra sabiendo latín»

Marta Prieto Sarro se adentra en la bicentenaria historia de la cátedra de latín de Lois en un libro que se presentó en la popularmente conocida como ‘La Catedral de la Montaña’

Joaquín Revuelta
13/12/2014
 Actualizado a 19/09/2019
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Dentro del programa de actividades de la semana cultural de Lois, que este año conmemora el 250 aniversario de la iglesia de Santa María, más conocida como ‘La Catedral de la Montaña’, y el 270 aniversario de la constitución de la cátedra de latín, en la misma localidad leonesa, tuvo lugar la presentación del libro ‘Lois, la Cátedra de la Montaña’ del que es artífice la profesora, escritora y columnista de este periódico, Marta Prieto Sarro, que estuvo acompañada por el periodista Fulgencio Fernández y el editor del libro Joaquín Alegre.

Marta Prieto reconoce que la historia de la Preceptoría de la Cátedra de Lois siempre le ha interesado, entre otros motivos porque un bisabuelo suyo fue preceptor de latín en Morgovejo. Ese interés ya se trasladó al papel en forma de un trabajo de investigación, realizado conjuntamente con Isabel Cantón, que se alzó en 1997 con el Premio de la Fundación Carolina Rodríguez en la modalidad de ‘Trabajos sobre la historia de la enseñanza no universitaria en León y su provincia’. La autora considera que a raíz de la publicación del libro irá saliendo a la luz más documentación relativa a la Cátedra de Lois, documentación que a lo largo de los años algunos particulares se han preocupado de recuperar del Archivo Histórico Nacional o del Ayuntamiento de Crémenes, que conserva en carpetas los protocolos notariales.

Una de las personas, recuerda la escritora, que más se preocupó por recoger información fue el sacerdote Salvador Alonso, que desempeñó un cargo importante en la Diócesis de Cuenca. Marta Prieto confiesa que a raíz de aquel trabajo empezó a interesarse por personajes como Alonso Rodríguez Castañón y Pedro Manuel Álvarez Acevedo, dos académicos oriundos de Lois que llegaron a coincidir en la Real Academia Española con uno de sus cofundadores, el bañezano Juan de Ferreras. A su juicio, resulta especialmente interesante el caso de la familia Rodríguez Castañón, pues además de Alonso, el académico, un hermano suyo, Pedro, que fue penitenciario en Valladolid, funda la Escuela de Lois, y un pariente de ambos, Jerónimo, hace lo propio con la cátedra de latín en 1744. Incluso, un tío carnal había sido obispo de Orense y falleció siendo obispo de Calahorra. «En dos generaciones de una misma familia encontramos tres o cuatro personas muy relevantes, donde tampoco se puede olvidar a Juan Manuel Rodríguez Castañón, obispo de Tuy, que construye la iglesia de Lois que fue inaugurada en septiembre de 1764».

Trampolín a la administración

Para Marta Prieto resulta muy elocuente el dato de que casi todos ellos pasaran por el Colegio Mayor San Ildefonso de Alcalá de Henares, algo que, en opinión de la autora, no se entiende si no se parte del hecho de que los colegios mayores en aquel periodo son la fuente que nutre la administración del antiguo régimen. «Eran el trampolín de los cargos de la administración», asegura la escritora, para quien el Colegio Mayor San Ildefonso había sido el germen de la Universidad de Alcalá de Henares. «Salvo el obispo, todos ellos pasaron por esta institución encontrando un puesto de trabajo en la administración pública o en el mundo eclesiástico», asevera Prieto.

«En dos generaciones de una misma familia encontramos tres o cuatro
personas de una gran relevancia» 
El modelo de la Cátedra de Lois era, según la autora, el mismo que para el resto de las cátedras de latín existentes, un maestro que enseñaba además de latín la doctrina cristiana y que tenía alumnos de cuatro cursos. «Era un aprendizaje muy bueno para alguien que después quisiera acceder a la universidad o a otros ámbitos, porque la lengua vehicular académica del siglo XVIII es el latín. No obstante, los métodos de enseñanza son rudimentarios porque básicamente se limitan a memorizar y repetir», reconoce Prieto. Para acceder a la cátedra de latín de Lois no era necesaria una selección previa y por exigencia de su fundador, Jerónimo Rodríguez Castañón, tenía carácter gratuito. «Hay que tener en cuenta que cuando se funda la cátedra de latín en Lois ya existía una escuela, creada por Pedro Rodríguez Castañón, en un edificio que con el paso de los años cambiaría de ubicación, pues según algunos documentos era frío y desalbergado y estaba alejado del centro del pueblo.

Tras la fundación de la cátedra, un pueblo tan pequeño como Lois contaba con una escuela de primeras letras y lo que hubiera sido hoy un centro de enseñanza secundaria», asegura. La ubicación de la Cátedra de Lois es la misma que hace 270 años, un edificio extraordinario situado en el centro del pueblo que, lamentablemente, hoy presenta un cierto estado de abandono.

Tres sacerdotes para un pueblo 


Sobre los preceptores que albergó la institución, Marta Prieto señala al primero de ellos, Antonio Benavides, que llegó procedente de Grajal por concurso público. «Inicialmente se respeta mucho y bien la voluntad del fundador de que el maestro sea un presbítero y esto nos lleva al hecho de que un pueblo como Lois albergara a dos sacerdotes, llegando a ser tres por la decisión del fundador de la iglesia, Juan Manuel Rodríguez Castañón, de financiar la creación de una capellanía. Un hecho insólito en cualquier pueblo», reconoce la autora, para quien la Cátedra hizo aumentar considerablemente la población de esta localidad de la montaña leonesa, pues los estudiantes de los pueblos de los alrededores se iban a vivir a Lois «de patrona».

«La Cátedra aumentó la población, pues los estudiantes de los pueblos vecinos iban 
a vivir a Lois de patrona»
 Para Marta Prieto el siglo XVIII es de una gran relevancia desde el punto de vista educativo para la provincia leonesa, pues además de la Cátedra de Lois se crea también la Cátedra de San Feliz de Torío, localidad donde, según la autora, hay una familia que tiene un parentesco claro con los Álvarez Acevedo. «En ese siglo estas dos fueron las más potentes, pero existían otras, como la de Candemuela, en la zona de Babia. Con el tiempo León se puebla de escuelas de latín», asegura la escritora. Algunos de los alumnos que estudiaron en la Cátedra de Lois accedieron con el tiempo a cargos importantes dentro del mundo eclesiástico, pero de esta institución también salieron maestros, ingenieros y estudiantes de leyes, «aunque también los hubo que siguieron trabajando la tierra», señala.

La mitad del siglo XX supone la decadencia de la institución. «A la Cátedra de Lois le pasó lo que a tantas fundaciones de entonces, que los capitales iniciales sufren varias desamortizaciones, a lo que se une el hecho de que los patronos no están lo suficientemente interesados en que funcione, en considerar que eso es un patrimonio que hay que conservar. Los dineros, entre una cosa y otra, se van desperdigando y al final surgen los pleitos», asegura Prieto, para quien lo que ha quedado de la institución que acaba de cumplir 270 años es «el recuerdo y la proyección de lo que Lois fue a través de la cátedra, a través de la escuela y a través de algo más tangible como es la iglesia».
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