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Los escritores del verano (I)

02/08/2021
 Actualizado a 02/08/2021
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Cada verano intento revivir libros que ya he leído algunas veces, incluso muchas veces. Volver al libro conocido, como se vuelve al lugar del crimen. Imagino que tiene algo de reflejo de la infancia, la edad en la que todo se aprende y todo se descubre. Los niños quieren escuchar una y otra vez la misma historia. Pensé que lo hacían con la esperanza de que apareciera un súbito giro de guion, de que el final cambiara de repente, de que el malvado no fuera en realidad el malvado (a los niños también se le cuentan historias de malvados), pero hace tiempo que descubrí (al contarles historias a mis hijos) que en realidad están comprobando que la historia se mantiene estable, que los personajes son fieles a sí mismos, que el relator (por ejemplo, yo) no engaña, ni se equivoca. Porque los niños son muy estrictos con eso. No toleran engaños con la ficción, ni tergiversaciones, ni imposturas. Otra cosa es la realidad: ahí suelen abrir mucho más la mano. Pero con la ficción, no se juega.

El verano pasado, por celebrar el aniversario y esas cosas, volví a Galdós. Nunca suficientemente alabado nuestro Dickens particular, o eso me parece. Galdós es un gigante. Casi inabarcable. Y ya por asociación de ideas, y por otras asociaciones, me vino Emilia Pardo Bazán, de la que algunos hablan como si acabara de ser descubierta ahora. Pero sabemos bien lo que la historia nos dice sobre la dificultad de las mujeres para abrirse camino en un universo, este también, a menudo poco proclive a reconocer su genio. Ahora, algunas de esas mujeres, como la Bazán, regresan con energía, aunque ya sea algo tarde para reparar ciertos agravios.

De la muerte de doña Emilia hace algo más de cien años, en la madrileña calle de Princesa, y, naturalmente, resulta tan imprescindible para el lector contemporáneo como Galdós, a quien tanto quería. Que el Pazo de Meirás haya pasado a manos del Estado en los últimos meses, más allá de los asuntos que puedan quedar en litigio, ha contribuido, y no sólo de manera simbólica, a cerrar el círculo del aniversario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, quien, como es bien sabido, mandó construir esta casa señorial de Sada, en A Coruña (entonces se solía llamar Torres de Meirás), el palacio romántico donde residía al menos cuatro meses al año (su casa natal, en la coruñesa calle Tabernas, es hoy la sede de la Real Academia Galega). También el lugar emblemático donde ella escribía a menudo y donde incluso se casó, en aquel matrimonio juvenil e impredecible.

Naturalmente, no es necesario recordar aquí el enorme significado de Emilia Pardo Bazán, no sólo como una de nuestras grandes escritoras realistas y naturalistas, sino como una mujer adelantada a su tiempo, cosmopolita, gran precursora de los derechos de las mujeres. Creo que en este verano un tanto oscuro que nos toca vivir, en este verano de la pandemia, deberíamos encontrar un hueco para volver a la vida y a la literatura de doña Emilia (ahí están sus obras completas al cuidado de Darío Villanueva y González Herrán), y de alguna forma celebrar así que nuestro talante olvidadizo, sobre todo en asuntos culturales y artísticos, comienza a cambiar. O, al menos, eso espero.

Uno de los libros de cabecera de la Pardo Bazán era, cómo no, el Quijote. No hay verano que uno no regrese al libro cervantino, origen de la novela moderna, por mucho que los ingleses (como diría Ian Watt) reivindiquen ese nuevo estilo de la ficción para sus autores del siglo XVIII, empezando por el avezado empresario Daniel Defoe. Sin duda el auge de la ilustración y del comercio cambiaron la forma de narrar, y, sin duda también, el Quijote tiene aún muchos elementos propios de la literatura previa a Cervantes, aunque también sea fieramente contemporánea en muchas cosas, y muy cinematográfica (aunque le costara tanto llevarla a la pantalla, a su manera, al memorable Terry Gilliam). «Una ‘road movie’ perfecta, tan moderna como ‘La Guerra de las Galaxias’, que también es un libro de caballería, no se olvide», como me dijo José María Merino en una entrevista de hace un par de años, a propósito de su estupendo ‘A través del Quijote’ (que también recomiendo aquí).

Tengo el convencimiento de que leer el Quijote en verano produce una gran sensación de paz y de sosiego. El ‘tempo’ del libro’, su mágico ritmo, la capacidad de llevarnos a geografías diversas y a situaciones tan domésticas como universales, convierte a nuestra gran novela en una lectura imprescindible para agosto. Esos caminos polvorientos, ese viaje en el tiempo, aunque en realidad sea un libro para cualquier época y para cualquier momento de la vida, han llenado muchos de mis días de verano, y confío en que volverá a ocurrir en esta ocasión. Como sucede con los grandes clásicos, y con los libros sobre el viaje (el verdadero origen de la literatura), no importa tanto el desenlace, ni que conozcamos el argumento, sino saborear cada línea, cada escena imaginada, y descubrir lo que en las lecturas previas no supimos ver, o aquello que ahora se hace más visible, por las razones que sean: los libros se leen de manera distinta según vamos cumpliendo años. El Quijote es un pozo sin fondo y, como París, no se acaba nunca.

No dejaré de mencionar aquí a Flaubert como una apuesta perfecta y complementaria al propio Cervantes. No sólo porque Flaubert sea su seguidor natural, sino porque sigo pensando que la literatura francesa ha sufrido con el dominio anglosajón de la escena internacional (a través del inglés, naturalmente), lo que nos ha apartado de una tradición que siempre fue muy respetada en España. Flaubert nos llevará, en principio, por la senda realista, como Galdós o Pardo Bazán, es cierto, pero en realidad estamos asistiendo al renacimiento de la ficción contemporánea, que dio lugar, claro está, a nuevas formar de narrar. Si el Quijote mantiene aún ese espíritu libre de las novelas compuestas de partes diversas, historias entremezcladas, cuentos de moda y en este plan, si el viaje brilla en él como en otro que está de aniversario (700 años), Dante Alighieri, Flaubert supone la elevación del relato formal y de la trama controlada a la máxima expresión.

Preparémonos, en cualquier caso, para los cien años de la gran novela del siglo XX, al menos según algunas clasificaciones y no sé si según todos los cánones. Sí, esa que muchos juran y perjuran que no han leído ni leerán nunca. Ellos se lo pierden. En febrero de 2022 celebraremos ese momento en el que Sylvia Beach decidió aceptar el manuscrito de ‘Ulises’, de Joyce, y lo convirtió en la hermosa primera edición azul bajo del sello de ‘Shakespeare and Company’. Pero de eso, ya tendremos tiempo de hablar.
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