Los comercios que 'peinan canas' en León

Una armería centenaria, una relojería anclada en el tiempo y una sombrerería con mucha historia son algunos de los comercios locales que se mantienen en la ciudad

Noemí Carpintero
19/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Artes antiguas superada por los tiempos, por productos ‘low cost’ que parecen iguales y clientes que se olvidan del significado de lo artesano, del trato personal, casi familiar, y de la importancia del comercio local en las calles de las ciudades. "Porque el pequeño comercio adorna las calles, sino estarían tristes y desiertas", afirma Ángeles Murciego, propietaria de La Cacharrería, colorido establecimiento de cerámicas en el corazón del Barrio Húmedo.

Cada vez son más los comercios que echan el cierre en nuestro país y León, pese a ser una ciudad turística gracias al paso del Camino de Santiago, continúa sufriendo los coletazos de esta larga década de crisis. El pequeño comercio es el más afectado, aplastado por el surgimiento de grandes superficie comerciales que invaden sin pudor y hacen imposible competir en materia de precios.

Desde diciembre de 2014 la Camisería Roberto está ubicada en un local de la Rúa, ya que fue uno de los comercios afectados por la Ley Boyer, lo que le obligó a trasladarse desde la calle Ancha, su sede original. Entre cajas apiladas a la perfección y olor a historia, proveniente de los muebles antiguos en los que reposan las prendas a la espera de un nuevo cliente al que vestir, se encuentra Carmen Roberto. La tercera generación de la familia trabaja sin descanso para sacar adelante el negocio que ya en 1952 su abuelo puso en marcha. "Viene gente, pero León está fatal. Estamos en una crisis que no sé cuándo acabará», cuenta la propietaria, que se niega a actualizarse y a dar paso a las nuevas tecnologías ya que "se perdería lo más importante, el contacto con la gente". El negocio familiar concluirá con ella: "Cuando acabe yo, la tienda se cierra".

Junto a la camisería Roberto se encuentra la Armería Castro, 110 años en pie y siempre presidida por la misma familia. La tercera generación de Castros pretende continuar con la tradición familiar «ahora estoy yo y continuará mi hijo», afirma la dueña Carmela Castro. Se han ido actualizando para "ir con los tiempos" por lo que tienen otros dos locales, uno enfrente del inicial en la calle la Rúa número 7 y otro en Burgo Nuevo, además de una tienda online que empezará a funcionar en los próximos meses.

"O somos los mejores o nos pisan", cuenta Carmela, que tuvo que especializarse para poder sobrevivir"Estamos muy especializados en lo que vendemos, por lo que al cliente se le ayuda mucho, hay un trato muy especializado", relata Carmela. Hasta hace unos años, en la Armería Castro tenían artículos de casi todos los deportes, pero tras la apertura de grandes superficies comerciales dedicadas a tal fin tuvieron que especializarse: "o somos los mejores o nos pisan", asegura Carmela. Decidieron centrarse entonces en la caza y pesca, actividades a las que añadieron en los últimos años una sección de treking y ropa para el peregrino, ya que "el Camino de Santiago pasa justo por esta calle", concluye la dueña.

Afanoso, sentado ante un antiguo pupitre repleto de documentos e instrumentos y con una lupa de relojero en el ojo, la tercera generación de Alejandro Morán mantiene viva la tradición desde 1939. La relojería más antigua de León, la Relojería Española, hace frente al paso del tiempo al compás del tic-tac de los cientos de relojes que cuelgan en sus paredes y reposan en sus vitrinas. "La gente sigue viniendo porque aquí sigo, pero la cosa está flojita", asegura Morán, quien sin dejar de trabajar cuenta que el local sigue "casi intacto" a como lo tenía su abuelo, ya que solo ha sufrido dos reformas, una en los años 50 y la otra en el nuevo siglo.

Entre olor a pimentón de diferentes clases se encuentra Cristóbal Blanco, la tercera generación al frente del local Tripicallería Pimentón, ubicado en pleno Barrio Húmedo. El nieto del fundador, ataviado con bata blanca y preparado tras el mostrador, dispone de diferentes instrumentos para realizar una buena matanza, la especialidad del local desde su fundación en 1948: cuerdas, aditivos, pimentón… además de casquería. En los últimos años, la tripicallería se ha visto afectada por el descenso de las matanzas y por la crisis del comercio local "para todos los negocios pequeños cada vez está todo más complicado", asegura Cristóbal, pero sigue formando parte de las tradiciones leonesas y la práctica lo confirma. "Continúa viniendo gente, sobre todo en la época de la Matanza", concluye positivo el nieto de Froilán Blanco.

Platos pintados a mano, cerámica tradicional de Jiménez de Jamuz o botijos son algunas de las artesanías que rodean a Ángeles Murciego, la tercera generación de La Cacharrería. Una tienda de cacharros a la vieja usanza, ‘de los de toda la vida’, fundada en torno al año 1940 por Juliana González Pastor, viuda de Domingo Murciego, alfarero de Jiménez. Aun hoy, después de tres generaciones al frente, mantiene las puertas abiertas la nieta de la fundadora con el mérito que supone adaptarse a la ‘era del clic’, en la que la cultura, de saberes y técnicas milenarias, es condenada al olvido, y solo importa lo que está tras la pantalla, ajeno a olores, texturas y formas.

La Relojería Española hace frente al paso del tiempo al compás de los cientos de relojes de sus vitrinas "Lo que más me gusta vender es la cerámica de la tierra, de Jiménez de Jamuz, aunque también tenemos cerámica pintada traída de Toledo, de Valencia…", asegura Ángeles, quien se niega a reinventarse en el mundo digital ya que, como ella asegura, "la artesanía hay que verla y tocarla". No tiene pensado seguir con la tienda tras su jubilación, aunque la entristece ver como no dejan de cerrar los pequeños comercios de la ciudad "el comercio local es una adorno para las calles, es triste ver las puertas cerradas", concluye la propietaria.

León significa cecina, chorizo, y turismo. En embutidos Goyo lo tienen todo. Desde su apertura en 1932 no les faltan clientes, entre los que se encuentran ‘los de toda la vida’, leoneses ocasionales y turistas curiosos atraídos hasta este céntrico local por el aroma de sus productos. "De momento no pensamos en la expansión ya que, más o menos, la gente sigue viniendo y nos va bien", cuenta César Álvarez, tercera generación al frente del local.

«¡Un 36 de las alpargatas blancas!, ¡dame un 41 de las botas de montaña para este joven!, ¡busca un 38 de las sandalias plateadas para la señora!». Al local número 2 de la Calle Sta. Cruz no le faltan clientes ni trabajo. Zapatos, zapatillas de andar por casa, botas de montaña, alpargatas para pasear en verano, calzado deportivo, tradicional, de bebés… La Casa de los Labradores abarca tantos clientes como productos desde que abrió en 1928.

Además de calzado, cuentan con artesanía de madera tradicional, como madreñas, fuelles o tirachinas, además de sombreros o cestas. Van ya por la cuarta generación, con la joven Laura Fernández al frente, junto a su padre Abelino. "Cuando cogimos el local ya había aquí una señora que trabajaba la alpargatería y la madreña y nosotros añadimos las cosas de campo, a lo que se debe el nombre del local", cuenta Abelino. En los últimos años el producto destinado al campo ha ido disminuyendo, adaptándose a los tiempos y añadiendo productos "más urbanitas" manteniendo siempre su esencia: el producto fabricado en España y su nombre, único y conocido por todos los leoneses: La Casa de los Labradores.

Aroma a encurtidos de todas las clases impregnan el ambiente de un local con mucha historia. Aceitunas con tonos que van desde el verde más brillante, hasta el negro, bonito en escabeche de primera categoría o productos de la provincia como el chorizo leonés, los Nicanores de Boñar o los pimientos de Fresno de la Vega. Desde el año 1926 El Serranillo es un negocio familiar que mantiene su particularidad. "Hay que ir con los tiempos aunque se mantenga la esencia", cuenta la empleada Rosemar. Con suelos antiguos y encurtidos elaborados de la manera más tradicional, el Serranillo continúa dispuesto a hacer ‘la boca agua’ hasta al paladar más exquisito de León.


Un local con mucha historia, siglos marcados en el suelo de la entrada a la Sombrerería Daiche, impasible ante el paso diario de cientos de turistas en la calle más transitada de León, la calle Ancha. "Si se pudiese contar cuantos pies habrán pasado desde 1927 por ese mármol para que tenga ese desgaste", cuenta su propietaria Beatriz. El mármol rosado de un escalón que, con las pisadas de millones de viandantes, ha ido cediendo y hundiéndose, permitiendo apreciar una hendidura que da la bienvenida a un rincón de copas y alas anclado en el tiempo.

Local que abrieron los hermanos Ruiz, cinco famosos leoneses que llegaron a tener hasta cinco tiendas en la ciudad. Un joven que comenzó como chico de los recados en una de estas tiendas trabajó duro hasta hacerse propietario de la ubicada en el número 17 de la calle Ancha. Cuando se jubiló en 2015 se aseguró que el lugar quedase en manos de un sombrero y que la esencia que él había mantenido durante tanto tiempo no se perdiera. Escogió a Beatriz, sombrerera ya en Astorga, que se aseguró de cuidar al máximo el lugar, que comenzó como sastrería, derivó a camisería y actualmente se dedica únicamente al arte de los sombreros. El sombrero, valorado por unos pocos, pero que, lejos de un adorno, se ha convertido en una prenda de protección contra el peligroso sol. "Ahora el sombrero se utiliza tanto por necesidad como por devoción», afirma la vendedora, quien reconoce que «antes no se valoraba que un sombrero tuviera protección frente al sol, ahora la gente ya es más consciente y viene buscándolo dispuesta a pagar un poco más", concluye.

Nueve comercios, de los pocos que quedan hoy en la ciudad, y de los cuales cuatro echarán el cierre con la jubilación de su actual propietario. Una situación cada vez más complicada, trabajo duro que no se ve compensado por los clientes que, cada vez menos, acuden a estas pequeñas tiendas a hacer su compra diaria y se dejan llevar por grandes comercios, donde el precio inferior deja en un segundo plano el trato personal y, en muchos casos, la propia calidad del producto.
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