Los chakras y Ramón y Cajal

Por José Javier Carrasco

24/01/2023
 Actualizado a 24/01/2023
Rótulo de la avenida Ramón y Cajal en la capital leonesa. | SAÚL ARÉN
Rótulo de la avenida Ramón y Cajal en la capital leonesa. | SAÚL ARÉN
En la antigüedad los escritos sobre el cuerpo humano relegan a segundo plano el sistema nervioso, para babilonios, egipcios, griegos y romanos, el centro de la vida y la espiritualidad residía en el corazón. Sin embargo, existen referencias indirectas, relacionadas con él. En el papiro de Edwin Smith (1600 a. C.) se citan las meninges y cuarenta y ocho enfermedades nerviosas. Erasístrato (310 a. C.), pionero de los estudios anatómicos, describió el cerebro y los nervios craneales. El Corpus Médico de Sushruta indio (272 a. C. ) nombra treinta y dos nervios. El Corpus de Caraka (50 a. C), también indio, incluye novecientos nervios e indica siete puntos vulnerables o chakras, centros modificadores de la energía...

Más cercana, en el siglo XVII el descubrimiento del microscopio permite establecer la Teoría Celular, enunciada por Scheleiden y Schwann y mejorada por Wirchow. Será un científico español, Ramón y Cajal (1852–1934), quien abrirá en esa teoría una nueva perspectiva. Gracias al estudio en un microscopio de los cortes efectuados en la medula espinal de embriones de pollo de entre tres y cinco días, tintados con un baño de bromuro de plata, más otro de osmio, Ramón y Cajal, ponía las bases de la moderna neurociencia. Su idea expuesta en 1888 defendía la existencia de células nerviosas – las neuronas – dotadas de una estructura individual, que reciben los estímulos del exterior, los convierten en impulsos nerviosos y trasmiten de forma unidireccional a otra neurona, a una célula muscular o a una glándula, produciendo una respuesta, en oposición a la doctrina de un sistema nervioso continuo defendida por Golgi (1844 –1926). La «doctrina de la neurona», como se conoció este hallazgo, permitió descubrir la hendidura sináptica – el espacio entre las terminaciones de las neuronas – y la existencia de los mensajeros químicos que favorecían la comunicación de los impulsos nerviosos. El primer neurotransmisor caracterizado farmacológicamente fue la acetilcolina en 1914 por el fisiólogo inglés Henry Hallet Dale y confirmado como tal por Otto Loewi. La puerta a las drogas de diseño, junto a la comprensión del funcionamiento de las conocidas, quedaba abierta, y la posibilidad de una sociedad como la imaginada por Aldous Huxley en “Un mundo feliz”, no del todo descartable. En 1906, Golgi y Ramón y Cajal compartían el Premio Nobel de Medicina como reconocimiento a su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. El año anterior, el polifacético investigador aragonés había publicado un librito de cinco relatos, ‘Cuentos de vacaciones. Narraciones pseudocientíficas’.

En la provincia de León más de ochocientas calles llevan el nombre de alguna figura masculina del santoral, siendo las más comunes las de San Pedro y Santiago Apóstol. De las dedicadas a laicos, Cervantes cuenta con veintiséis y Ramón y Cajal con veinte, el doble de las de una figura tan carismática como Guzmán el Bueno, diez. En un país de tradición católica ese dato no sorprende, sí que se prime a un científico sobre el caballero medieval. Quizá un premio Nobel de Medicina merezca, a fin de cuentas, por qué no, más estimación que la del héroe de la gesta de Tarifa. En León capital otro descubridor goza del honor de disponer de una calle, la Avenida del doctor Fleming. Una curiosidad, la denominación anterior de la avenida Ramón y Cajal era Rastro Viejo. Viejo, todo lo antiguo: el corazón como centro y pivote.
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