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Lo peor que le puede pasar a Paul McCartney

20/03/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Ha muerto el quinto ‘beatle’» leímos la semana pasada en todos los medios. En realidad es un titular que se repite periódicamente. Esta vez se refería a George Martin, el productor que hacía magia con las disparatadas ideas de Lennon y las inspiraciones melódicas de McCartney. Martin es uno de los que más méritos acredita, sino el que más, para optar al honroso título de ser el quinto beatle entre más de una docena de candidatos, desde Stuart Sutcliffe a Yoko Ono.

Ello me llevó a pensar en los dos ‘beatles’ auténticos que aún viven. Sobre todo, en mi admirado Paul McCartney que, contra lo que muchos creen, no se cansa de buscar nuevos sonidos y grabar canciones con músicos de cualquier edad y estilo musical. El año pasado, por ejemplo, se unió a Rihanna y a Kanye West, y todavía no sé si fue una broma o si los fans del rapero preguntaban en serio en las redes sociales: "¿Quién es ese pavo, ese tal McCartney, que toca con Kanye?". "No tengo ni idea pero si K se ha fijado en él es que tiene futuro":-).

¿Qué más le puede pasar a Paul? Pues, al ritmo que vamos, creo que lo peor que le puede pasar no es que le den el homenaje a toda una vida, que ya le han dado varios, ni que hagan otro muñeco de cera que se parezca más a Camilo Sesto que a él, ni que le mire una tuerta y luego le cueste una fortuna. No, lo peor que le puede pasar a Macca es que se muera Ringo antes que él. Y me explico: cuando mataron a John automáticamente, además de en leyenda, se convirtió en mártir, y la ya olvidada ‘Imagine’’ fue elevada a rango de himno pacifista. Habían matado al revolucionario idealista, al genio inconformista, al líder generacional. De golpe quedó olvidado su «fin de semana perdido» de sexo y alcohol que duró 18 meses. Se le perdonaron todas sus excentricidades, desplantes y contradicciones (como repetir con su hijo Julian la historia de abandono que sufrió él mismo). Y nadie se atrevió a decir que sus dos últimos discos, a medias con Yoko, rebosaban de cursis baladas que no le hubieran perdonado a Paul.

Cuando le tocó el turno a George, tal pareció que con él moría el alma de los Beatles. Resultó que era el genio en la sombra, subestimado y oprimido por los dos líderes de la banda; que era el beatle místico y espiritual, profundo y trascendental. No importaba que viviese en una mansión victoriana de 120 habitaciones y coleccionase coches de lujo, porque lo hacía sin apego a las cosas materiales, ah, bueno. Y tampoco es significativo que el mayor éxito que consiguió en solitario, ‘My Sweet Lord’, tenga una condena por plagio. Fue un «plagio inconsciente» –aceptó el juez–, las notas estaban flotando en el cosmos, faltaría más.

Llegados a este punto, cuando han muerto varios ‘quintos beatles’, cuando han asesinado al ‘héroe de la clase obrera’ (con Rolls Royce en el garage y pisito con vistas a Central Park), yha pasado a otro nivel kármico el alma mística de la fiesta beatle, en este momento, lo peor que le puede pasar a Paul McCartney es –toca madera– que mañana se muera Ringo Starr, porque, con toda seguridad, éste sería recordado como el tipo bonachón y simpático, el depositario del humor surrealista que les hizo famosos y queridos en todo el mundo, el acompañante discreto que, después de todo, no tocaba tan mal la pandereta. ¿Qué papel le quedaría a Paul si desaparecen el genio intelectual, el alma mística y el hombre bueno? Está claro: el del mandón y vanidoso que se cree superior. No es el comprometido, ni el espiritual, ni el bonachón, sino un aprovechado que vive de la nostalgia, un ególatra y un empalagoso; el malo de la película. Nadie se querrá acordar (hasta que, a su vez, él también muera) de que no sólo era la mitad de Lennon/McCartney, con todo lo que eso conlleva, sino que él fue quien tiró del carro, con sus aciertos y errores, desde que murió el manager Brian Epstein. Metió la pata más de una vez y acabó enfrentado a los otros tres en juicios y agrias acusaciones mutuas, pero a su adicción al trabajo le debemos que los Beatles siguieran creando y grabando dos años más, que son un buen puñado de canciones. Sin su fe en el grupo, el ‘White Album’ hubiera sido cuatro discos individuales, y sin su empeño nos hubiéramos perdido ‘Magical Mistery Tour’, ‘Let It Be’ y ‘Abbey Road’.

No, por Dios, que no se muera Ringo mañana; por todos los que, gracias a los Beatles, nuestras noches son menos solitarias y tenemos más canciones en la cabeza de las que podemos desafinar; por los que vivimos para siempre en campos de fresas y sólo necesitamos amor y un poquito de ayuda de los amigos; por los hombres de ninguna parte y los tontos de la colina, por los que estamos aquí, allí y en todas partes, por todos nosotros juntos, para que sigamos disfrutando de su música: ¡Aguanta Ringo, por Dios!, ¡¡trata de aguantar!! (Pero tampoco te sientas obligado a sacar más discos como el de hace cinco años, que todo tiene un límite).
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