22/12/2020
 Actualizado a 22/12/2020
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Se ha dicho que uno de los grandes proyectos del gobierno actual era la aprobación de la Ley de la Eutanasia. Lo creemos a juzgar por la alegría desbordante que manifestaron en el Congreso tras su aprobación.

Pensábamos que sería más urgente la solución de la pandemia, del paro, de la crisis que está pasando el turismo y la hostelería… Pero quizá no falte razón a los que tenían tanta urgencia por aprobar esta ley que permite matar a aquellas personas que lo están pasando muy mal a fin de evitarles el sufrimiento. Es cuestión de humanidad.

Sin embargo, ahora nos parece que ha llegado algo tarde. Si esta ley hubiera existido ya a principios de marzo, ¡cuánto sufrimiento se podría haber evitado! Aplicando la eutanasia a los miles de enfermos del covid que han muerto en condiciones tan angustiosas en las residencias de ancianos, habrían tenido una muerte más digna. Digamos lo mismo de los que han pasado semanas e incluso meses en las Unidades de Cuidados Intensivos. Aplicándoles la eutanasia hubieran dejado espacio libre para otros enfermos que podrían curarse, incluidos los de otras patologías. Casi nada, acortar el sufrimiento a más de cincuenta mil personas. A ellos y a sus familiares que, además, podrán recibir antes la esperada y tal vez necesaria herencia.

Por otra parte, llega un momento en la vida en que uno ya no sirve para nada, más que para dar problemas. Ya no se pinta nada en este mundo. Todo son gastos y molestias. Sabemos lo crudo que se está poniendo el tema de las pensiones. Acortar la vida a tantos pensionistas supondrá un gran alivio para la Seguridad Social. Así tampoco habrá que estar preocupados por las ayudas por el tema de la dependencia. De hecho muchos siguen sin tener acceso a ellas.

Hay quien habla de potenciar los cuidados paliativos; pero, pudiendo evitar los gastos que supone mantener en la existencia a alguien que ya no tiene calidad de vida, es un gasto innecesario y superfluo. No entiendo por qué algunos dicen que la palabra eutanasia (eu –tanatos) les recuerda a Hitler, cuando significa «buena muerte». ¿Quién no quiere una buena muerte? ¿Acaso no es san José el patrono de la buena muerte?

Lo que no veo bien es que se asigne esta tarea de quitar la vida a los médicos, cuando podrían hacerlo perfectamente sus familiares, facilitándoles el fármaco adecuado. O en todo caso que se cree una especialidad para ejercitar esta noble, aunque desagradable, tarea. Y los médicos que se dediquen a salvar vidas, que para eso están. En cuanto al suicidio asistido, los legisladores, por el bien de la Patria, deberían predicar con el ejemplo.
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