marfte-redondo-2.jpg

Levantaos que ya es hora

15/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Comienza el pasional ritual de la Ronda. Rasga el silencio un sonido de tambor rotundo. Le sigue obediente el tenue tañido de una sumisa esquila. Suena luego claro un clarín que recorre en lúgubre arpegio, las notas de una pena contenida. Funestos augurios que perturban la calma de la madrugada. Y una imperativa voz quebrada anuncia: «Levantaos hermanitos que ya es hora». En solemne comitiva recorren las calles convocando al momento definitivo. Santos días de angustia y zozobra.

Ya se oyen los fieros tumultos de soldados sedientos de sangre. Ya claman las voces de muerte hambrientas de hombre inocente. Y apartados de la multitud, un grupo de hombres custodian, aunque dormidos, la angustia del amigo Divino que el beso de Judas entregará.

Al paso del solemne cortejo, la ciudad de León se despereza penitente. Se prepara para interrumpir el ordinario discurrir de los días y tornar sus ritmos a compás de horquetas procesionales.

Vienen días de contrastes diseñados a medida de creencias y conciencias. Que se vivirán con intensidades varias en función de expectativas sacras o profanas. Por doquier se suceden reencuentros gozosos con familiares y amigos que retornan. Y las calles se hacen retablo viviente llenándose de arte y flores mientras los ojos de propios y extraños quedan fascinados al contemplar la belleza de tanto regalo visual. Las dieciséis cofradías legionenses escudriñan los cielos deseando alejar lluvias que impidan culminar tan intensos días de espera. Se coronan y fructifican intensos tiempos de ensayos.

Y en una habitación concurrida de curiosos inquisidores un hombre piedra niega por tercera vez a su Maestro antes de que la garganta de un gallo quiebre por segunda vez el silencio reinante. A su lado, en animada charla, grupos de amigos departen mientras brindan entre tapas y limonada. Y en la calle juegan niños mordisqueando obleas mientras agarran con fuerza el alado globo de helio que la abuela les compró.

Ya suben por la cuesta, y precedidos por una gran cruz, el niño monaguillo agitando el incensario que embriaga todos los rincones de Semana Santa y los papones cubiertos portando velas y hachones. Ya les siguen las manolas expectantes como cigüeñas en la torre portando los rosarios que se balancean al compás de los pasos sonoros. Ya se vislumbran los conjuntos de esculturas casi vivientes que vienen pujadas por braceros que sufren.

Y surcan , en ascenso sonoro, multitud de racimos de notas que cuajan los aires de melodías de angustia. Se sienten ritmos premonitorios de una muerte anunciada.

Ya retumban los golpes de mazos que taladran manos sin culpa, y se escuchan los gemidos y clamores de los mujeres y hombres que en todo el orbe sufren cosidos por la indiferencia de un mundo que a menudo observa el espectáculo del dolor humano como el que compró una entrada sin más.

Ya asoman silenciosas las lágrimas de los que se compadecen. Se elevan las plegarias de los que rezan.

Y en una Basílica que se encuentra a la orilla de un Camino, la madre del Amor , llora desconsolada portando en sus brazos el cuerpo muerto del Hijo. Un triste rey al que pretendieron destronar matando en una Cruz.
Lo más leído