León, su presente y su pasado

César Pastor Diez
10/02/2021
 Actualizado a 10/02/2021
Por desdicha hay que seguir hablando de la despoblación rural leonesa antes de que el problema se enquiste y se convierta en un mal endémico sin solución posible.

Yo creo que en la despoblación y desertización de la provincia leonesa ha de haber algún responsable, o más de uno. Habría que buscarlos y estirarles las orejas. Se supone que un político ha de tener no solo ideas para el buen gobierno de su zona sino además visión de futuro para que a sus votantes nunca les falte un medio de vida. Y si no es capaz de eso, mejor que no se meta en política.

Cada campaña electoral en la comunidad sale a la palestra algún candidato que promete por su honor restituir la provincia leonesa a su esplendor de hace treinta años. Pero, amigos, como siempre pasa, una cosa es predicar y otra dar trigo, y esto ya se sabía desde el tiempo de los apóstoles. Y si el candidato no tiene trigo para dar, que no predique. Nadie puede prometer lo que no tiene. Pero por lo visto no hay nada que hacer; la táctica de todos los aspirantes es la misma: tú dame el voto y después ya veremos.

En la mayoría de pueblos interiores de la provincia leonesa, entre casitas de adobes se alzan suntuosos chalés solariegos, rodeados de muros y verjas cuyos dueños son, seguramente, personas respetables, pero el aspecto general del pueblo da idea de un caciquismo irredento. Fuera del pueblo, entre grandes extensiones de barbecho y de secano, se ve algún pastor con un par de perros guiando un rebaño de sesenta o setenta ovejas y cabras que van royendo los rebrotes de los míseros rastrojos ya agostados por la sequía y la falta de humedad, aunque a veces, en lontananza, se divisen unos chopos de verde ramaje que denotan la proximidad de algún arroyo. Y al fondo, la línea violeta de las montañas que cierran el paisaje. Tal es la estampa común de los pueblos leoneses que han sobrevivido al cierre de las minas carboníferas y cuyos habitantes, sobre todo los viejos, han decidido permanecer en sus terruños antes que lanzarse a la tremenda aventura de la emigración. Unas berzas, un mendrugo y unos harapos bastarán para vivir a las personas que se hayan quedado solas tras la huida de los jóvenes. ¿Qué porvenir les espera a esas personas, señores políticos? Ustedes, que en los mítines electorales dicen tener soluciones para todo, ¿qué terapia social piensan aplicar a esas personas del medio rural que lo han perdido todo excepto sus postreros hálitos de vida? ¡Daos prisa, no sea que lleguéis demasiado tarde!

Se dice que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Y así ya hay municipios leoneses que solicitan tener provincia propia o ser adheridos a otra comunidad colindante. Cuando el barco se hunde, cada cual se aferra al primer madero flotante que encuentra a su alcance.

¡Cómo cambia la vida! Hubo un tiempo en que se presumía de que León tuvo reyes antes que Castilla leyes. Efectivamente, habría que remontarse al siglo X cuando cada porción de España tenía su propio monarca. Hagamos un poco de Historia: Ramiro II, rey de León, hizo prisionero al poderoso Fernán González, conde de Castilla en funciones de rey. Los súbditos del conde acudieron a León a implorar la libertad de su jefe, a lo que León, caballerosamente, accedió. A partir de entonces León y Castilla ya no pelearon entre sí, sino que unieron sus fuerzas para luchar contra el enemigo común, el islam, tomando parte en la Reconquista que Don Pelayo inició en Covadonga y terminó ocho siglos después, con la toma de Granada por los Reyes Católicos. Pero pasó el tiempo y la decadencia de León comenzó cuando Valladolid fue proclamada capital de España en tiempos de Felipe III, quien, cinco años más tarde devolvió la capitalidad a Madrid, y Valladolid se desinfló como un castillo de naipes.

Sin embargo la preponderancia de Valladolid resurgió cuando los políticos de la Transición nombraron a la ciudad del Pisuerga como capital de la región de Castilla y León, cosa que a los leoneses les sentó como una patada en la entrepierna, porque León aspiraba a ser reconocido como centro del antiguo Reino de León. Y para colmo, el golpe mortal para la provincia leonesa fue el cierre masivo de las minas de carbón que habían dado trabajo a miles de obreros no solo de la provincia sino también de otras provincias españolas y de Portugal. Ahora la mitad del territorio leonés se convertirá en un erial estepario, a no ser que surjan políticos de nueva cuña que emprendan con ímpetu y decisión la reconstrucción del territorio leonés. Sólo faltaba la maldita pandemia del coronavirus como la guinda que corona el pastel enmohecido de nuestra querida tierra.
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