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León, el medievo y el barro

25/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Uno de los aspectos que sorprenden cuando repasamos los monumentos medievales de León y su provincia es la escasez. Para haber sido sede regia durante 320 años y tener un papel relevante durante otros 300 posteriores el número de edificios prerrománicos, románicos y góticos es reducido en la urbe y en la provincia. Así lo manifiestan visitantes y técnicos.

Una de las causas, para mí la primera candidata, es la peculiaridad de la arquitectura medieval leonesa con el uso intensivo del barro, generalmente como tapial, en casi todas las edificaciones. Encontramos barro o combinaciones de cantos rodados, lajas, grijo o ladrillo con barro en edificaciones antiguas por todo el territorio. El palacio real de la Calle de la Rúa, el último que tuvo la ciudad era de barro. El convento existente en esa calle aún hoy, lo es. El castillo de Toral de los Guzmanes es de barro. También zonas de los monasterios como Gradefes o Carrizo. Las murallas de Mansilla son de canto rodado y barro. La iglesia de Destriana, de lajas y barro. Así podemos repasar el grupo de edificaciones medievales, de las que solo en algunos casos son de sillares de piedra, como sucede en otras zonas. Eso determinó su invisibilidad o su destrucción prematura.

La propia ciudad regia medieval se edificó mayoritariamente en barro, en lo que no procedía de la etapa romana. Por esta razón el nivel del suelo de la ciudad antigua presenta un recrecimiento marcado, propio del rellenado con los derribos del tapial. En consecuencia sería lógico que quienes estudian la arquitectura patrimonial de León se hubiesen especializado, entre otras cosas, en la arquitectura del barro, abundante también en etapas postmedievales. Buena parte de las iglesias en la provincia están levantadas con barro o sus combinaciones con otros materiales.

Sería lógico que la Universidad, de la misma manera que debería formar a sus medievalistas en lengua árabe (no se entiende la historiografía de ese periodo en la Península Ibérica sin consultar la documentación en árabe), habría de instruir a los historiadores del arte en la arquitectura del barro, sus técnicas, estudio y conservación.

En definitiva, abordar el estudio del patrimonio y la historia medieval de León exige un conocimiento profundo de la arquitectura del barro. Lo que no se busca, no se ve y éste es el caso. Por otro lado obviarlo demuestra que aún se adoptan puntos de vista copiados; que no hay capacidad todavía para producir historiofrafía con criterios propios. La nueva dirección del Instituto Leonés de Cultura, dependiente de la diputación, puede ser una oportunidad para subsanar estas carencias.
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