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Lecturas de agosto / y 4

31/08/2020
 Actualizado a 31/08/2020
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Durante todas estas semanas que llevamos viviendo bajo la sombra alargada del coronavirus se ha agitado el debate sobre la conveniencia o no de leer historias relacionadas con las pandemias de otro tiempo. Hay muchas, desde luego: tanto pandemias como historias sobre ellas. Desde los primeros días del confinamiento, que vuelve a pender sobre nosotros como una amenaza otoñal, no fueron pocos los reportajes sobre esas otras crisis provocadas por virus y bacterias en tiempos pretéritos, cuando los recursos médicos eran mucho más frágiles que los que tenemos ahora (lo que no quita que los de ahora no sean mejorables, desde luego). Por si nos animábamos, ya que estábamos recluidos, los textos escritos por autores que vivieron esas otras pandemias se pusieron rápidamente de moda, aunque algunos opinaron de inmediato que en medio de la tribulación era mejor leer historias divertidas que nos hicieran olvidar la nueva realidad, en lugar de profundizar en el dolor y en la confusión de otras épocas. Pero conviene no ignorar la Historia, por lo que podamos aprender de ella, o por entender mejor el presente.

Por supuesto, la referencia inmediata fue la Gripe española, como se la llamó, hace prácticamente un siglo. Más que la ficción, de esta gripe nos sorprendió la documentación gráfica. Y también las noticias de los periódicos. De ninguna otra pandemia tenemos información tan fiable, y lo cierto es que, a pesar de los más de cien años transcurridos, muchas de las imágenes que han vuelto a ser publicadas recuerdan muchísimo a las que hemos visto durante los peores días del Covid. Claro que aquella gripe acabó en todo el mundo con cincuenta millones de personas, que se dice pronto, y la medicina de entonces no tenía nada que ver con la de ahora. Pero sí, ahí están las fotografías de los hospitales de campaña, de la gente trabajando con el rostro cubierto por las mascarillas… Y no faltaron las noticias que mostraban escepticismo sobre la amenaza, o que la tildaban de falsa alarma. Demasiados parecidos, me temo, tanto tiempo después.

Ya saben que el Renacimiento, es decir, la construcción del hombre nuevo, y del antropocentrismo, tuvo su origen profundo en la peste negra, que convirtió al siglo XIV en una época realmente desastrosa, junto a las hambrunas, las guerras y el declive del orden político existente. Desastrosa sí, pero, al tiempo, período de gran transformación, que acabó con las ideas del Medievo, por decirlo superficialmente, y que, tras un periodo de fanatismo y de creencias en que la peste sólo se trataba de un castigo divino, terminó por inaugurar un mundo radicalmente alejado de lo que ya era la vieja y caduca sociedad medieval. Y algunos se amparan en esa idea: en la esperanza de que, a pesar de que hoy también abundan apocalípticos, visionarios y futurólogos de todo pelaje, con el tiempo la pandemia del coronavirus se podría convertir en la base para un verdadero cambio de la civilización. Claro que otros creen que, en lugar de desembocar en un Renacimiento, podríamos caer en un nuevo y peligroso oscurantismo.

La literatura es una gran fuente para conocer cómo fueron las epidemias del pasado. Ya dijimos alguna vez que el ‘Diario del año de la peste’, de Daniel Defoe, es uno de los libros emblemáticos para comprender cómo las epidemias afectan al cambio social. He vuelto a este gran libro este verano, porque Defoe, comerciante, empresario, político, novelista y periodista, es una figura imprescindible a la hora de entender la historia de su tiempo. Y también es una figura muy creíble. Es cierto que este diario es pura ficción, escrito mucho después de que esa peste ocurriera (la Gran plaga de 1665 en Londres, que figura en todas partes como una de las más terribles). Defoe narra basándose, creo, en los datos que su familia le proporcionó, particularmente un tío suyo. Pero lo lleva a cabo con gran verosimilitud, haciendo gala de conocer cifras y datos en cada párrafo, con un pasmoso nivel de detalle. En realidad, estamos asistiendo a una narración que demuestra cómo las nuevas ciudades estaban expuestas, por el hacinamiento y las malas condiciones higiénicas, especialmente en los barrios más desfavorecidos, al peligro de los contagios y a la muerte prácticamente en masa, con enterramientos también masivos. Y Defoe muestra el escepticismo, la confusión e incluso la negación de muchos, exactamente igual que ha ocurrido en todas las pandemias de las que tenemos noticia. Así que en eso tampoco hemos cambiado tanto.

Hay muchos más libros sobre plagas y pandemias a los que podría haber vuelto en este agosto tan extraño que hoy termina: desde ‘El Decamerón’ (de hecho, lo leí de nuevo recientemente) o, ya muy mencionados a estas alturas, ‘Los novios’, de Manzoni, o el diario de esa misma peste de 1665, escrito por Samuel Pepys. Sin embargo, quiero terminar agosto recomendándoles un libro extraordinario que no debiera pasar desapercibido, y es el que tengo ahora mismo entre mis manos. Es un libro contemporáneo, que ha sido publicado muy recientemente por Capitán Swing, y que en mi opinión ofrece una lectura muy adecuada a estos tiempos de confusión y escepticismo que estamos viviendo. Hablo de ‘El mapa fantasma’, al que creo que me he referido brevemente en alguna ocasión, escrito por el periodista norteamericano Steven Johnson, un autor científico que merece mucho la pena.

‘El mapa fantasma’ es mi última lectura de agosto, y, lejos de dejarme un regusto agridulce por nuestra pandemia, que parece entrar otra vez en una fase difícil, me ha servido para entender que todas las épocas tienen sus parecidos y que las reacciones humanas no son tan diferentes. Aunque cambie brutalmente el contexto, o incluso los avances científicos. El mapa del que habla Johnson es el mapa de los brotes que se producían en diversos lugares de Londres, y en este extraordinario libro se cuenta, casi en forma de ‘thriller’, cómo dos hombres lucharon contra la terrible epidemia de cólera que asoló esa ciudad en 1854. Un gran análisis de la vida en una urbe victoriana, moderna y antigua al mismo tiempo, donde brillaba el talento y también se extendían las basuras y los miasmas. Johnson proyecta sobre nosotros el futuro de la vida urbana, las ventajas y las dificultades de estos entornos, y hace brillar la ciencia y la razón por encima de todas las teorías infundadas, basadas en la diseminación de supersticiones y en el azote de miedo. Creo que es un libro no sólo fascinante, sino también muy necesario en estos días en los que la confusión y el desconcierto no dejan de crecer.
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