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Lecturas de agosto / 3

24/08/2020
 Actualizado a 24/08/2020
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Por las razones que sean (no están demasiado claras), las novelas detectivescas, también llamadas policiacas, o, en plan internacional, las novelas del género ‘noir’, se han convertido en una moda propicia para todas las estaciones del año, pero sobre todo para la época estival. Y así, como las bicicletas, creo que podemos decir sin miedo a equivocarnos que el género ‘noir’ es para el verano, y ello a pesar de que muchos títulos de la última década tenían como escenario territorios gélidos, siempre nórdicos, hasta el punto de convertirse en un género dentro del género: el ‘nordic noir’. Si ‘Frankenstein’, la obra maestra de una jovencísima Mary Shelley, puede tener algo de ‘noir’ (y mucho de romanticismo gótico) tendremos que concluir que allí estaban el hielo y el frío también por todas partes.

Me alegra mencionar a la gran Mary Shelley, a la que casi todo le fue mal, incluido el matrimonio (el poeta Shelley se ahogó en La Spezia, componiendo un cadáver romántico, sin duda alguna), porque ‘Frankenstein’ está en el origen de gran parte de la literatura contemporánea. Es una obra que he leído muchas veces (también por cuestiones académicas, desde luego), y creo que en ella laten diversos géneros y diversos estilos, no tan obvios como el epistolar. Con ‘Frankenstein’ empieza la novela contemporánea (y con Madame Bovary, de acuerdo), pero no solamente. Es dudoso, ya digo, atribuirle esta o aquella etiqueta, porque en ella aparecen la novela psicológica y la fantacientífica, como se dice ahora. Y su obra tiene lo suyo de distopía, de moda otra vez, y no solo por culpa de Margaret Atwood, y por supuesto es profundamente romántica, gótica y bastante ‘noir’, si me lo permiten. Todo está en ella, como todo estaba en el Quijote.

Pero, en esta nueva entrega de mis viajes librescos de agosto, no he venido a hablar de Mary Shelley, aunque hasta ahora lo parezca. Hasta ella me ha llevado el frío y el hielo, como sucede con los nórdicos como tónica general, y ese aire de misterio y suspense, imprescindible, que está en la base de toda novela policiaca. La novela negra contemporánea ha tenido su fase nórdica, es cierto, muy potente, quizás porque esos escenarios helados ayudan al desarrollo de las tramas, y las versiones televisivas de esas novelas no han dejado de insistir en los crímenes que surgieron del frío. Toni Hill me dijo un día que también en medio del verano se podían generar argumentos de novela negra, y él mismo lo ha demostrado en alguna de sus obras. Pero reconozco que los días oscuros, lluviosos y gélidos parecen dibujarse en nuestra imaginación cuando pensamos en el ‘noir’, y, si me lo permiten (no pretendo descubrir nada, también es cierto), creo que puedo decirles por qué.

Así que muchos piensan que la novela policiaca o detectivesca, que es un tipo de novela de misterio (aunque quizás todas lo sean) suele ser otoñal o invernal, más septentrional que meridional y, sin embargo, se consume en verano, como un cóctel frío cerca de la medianoche. Yo me he aplicado a ello, con el mismo afán quijotesco por las novelas de caballerías, tan de moda antes de Cervantes como la novela negra ahora. No he perdido el juicio por leerlas, al contrario, su lectura me ha llevado con gozo a las versiones fílmicas de algunas, a las series televisivas clásicas y a las revisiones más modernas, porque el género, aunque a caballo del ‘thriller’ (con el que se mezcla y confunde a menudo), vuelve a tener muchos adeptos. ¿Es la televisión responsable del regreso fulgurante del ‘noir’? Creo que no exactamente, pero aprovecha el tirón. Lo policiaco desde el punto de vista de muchas series norteamericanas al uso no es estrictamente de lo que hablamos aquí. Y en cuanto a la novela de crímenes, digamos, lo que ha primado durante años es el análisis forense, el que verdaderamente hizo furor entre los productores de series televisivas (CSI, Bones, y todo lo demás).

Me acuso de volver a Agatha Christie y Conan Doyle, de forma casi compulsiva. No es un crimen literario, no seamos acomplejados. Por supuesto uno ama a otros grandes creadores de almas detectivescas, pero los clásicos británicos, denostados en gran medida por su propia literatura (más ella que él, desde luego) se han tomado justa venganza perdurando en el tiempo, sin perder un ápice de su éxito. Y ahí están las nuevas versiones de Sherlock para el cine y la televisión (no me suelen gustar: en ellas ha aumentado la violencia y disminuido el gusto por la deducción), y la reescritura visual de Agatha Christie, casi bordeando el terror psicológico muy explícito, como en la última versión de ‘Diez Negritos’ (Movistar). He repasado a conciencia toda la serie de Poirot con el gran Suchet, como ya dije, y he encontrado que su elegancia y su ironía son buenas para la nostalgia, pero quizás no terminen de llenar al espectador actual, recriado en la velocidad y una estética agresiva. Por cierto: Agatha Christie situó sus historias detectivescas en ambientes fríos y muy calurosos, sin distinción.

Sherlock y Poirot beben de Edgar Allan Poe. ¡Ahí está el clima desangelado y la noche de los románticos! Y aquí es donde quería llegar: ¡hablamos de libros, no de películas! Y no es porque Poe no haya tenido cientos de versiones fílmicas. Permítanme recomendarles una de mis lecturas más preciosas de este agosto, para la que todo lo anterior puede servir de introducción. A la hora de entender la literatura contemporánea hay que buscar a Poe. Él es, en efecto, el origen de todo. Ya conocen su vida corta y desgraciada, y su lucha por la supervivencia. Era escritor y periodista, y por entonces también resultaba difícil vivir de escribir palabras. Incluso siendo el mejor, como era él. Se ha hablado demasiado del genio atormentado o enfermo, pero, créanme, Edgar Allan Poe es un clarividente de la literatura, un creador extraordinario que inventó algún género que otro. Como el detectivesco. Hemos conocido mejor a sus imitadores (o seguidores), pero el origen de la deducción, la novela de razón, como él decía, está en Auguste Dupin. Diletante y ‘flanneur’, paseante de París, que no se acaba nunca. Investigador por pasión: ese deseo de que todo encaje, como le ocurría a Poirot, obsesionado con el orden. Así que esta semana de agosto mi libro ha sido ‘Los misterios de Auguste Dupin, el primer detective’, otra joya de esa editorial tan especial que es Periférica. Volver a ‘Los asesinatos de la Rue Morge’, junto a ‘El misterio de Marie Rogêt’ y, por supuesto, ‘La carta robada’, es regresar al manantial original, donde brotó la figura del detective tal y como lo conocemos.
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