Le escribo para felicitarla

Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
17/12/2014
 Actualizado a 01/09/2019
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Quedan en esta tierra viejos caballeros, pero se nos van muriendo. Quedan luces como faros en casas escondidas del pueblo más perdido, pero se van apagando, se van fundiendo al negro, a la oscuridad, como nos avisaba Mauri en su foto, como hizo ayer Pepe el de Ariego, el último caballero andante de Omaña.

Un viejo caballero que aún escribía cartas de puño y letra y con sello, andaba en madreñas, arreglaba su casa con sus propias manos, leía en su biblioteca, se sentaba al sol en el corredor, honraba a sus muertos y a su estirpe de los Valcarce, guardaba los viejos utensilios en cada estancia y en la cocinona, tenía capilla y molino, suelo empedrado y eternas ganas de leer historia. De saber historias. Presidente por el tercio de los hombres buenos y monaguillo, siempre te llevaba a ver la última fuente que se había hecho bajo su mandato.

Pepe abría la puerta a los caminantes ajeno al temor porque nada tenía que temer y conversaba con ellos. Larga y tendido. Culto y cercano. Noble y paisano. De vieja estirpe y albañil, con sombrero y tirantes.

A Pepe le gustaba ser partícipe de la felicidad y cuando una reina estaba embarazada desde Ariego le llegaba una carta de felicitación, cuando había fumata blanca no le faltaban al nuevo Papa unas letras escritas con cuidada caligrafía en Omaña, incluso unas palabras amables a Sofía Loren, por razones obvias.

Mira el buzón, tienes carta, es Pepe que te dice adiós.
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