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Las noches de Toisón

04/02/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Nada, nada, nada como las noches de Toisón. Nada, nada, nada como las chicas de Toisón», cantaban Los Cardiacos en los ochenta. La versión leonesa de la movida madrileña, aquella de «si lo recuerdas es porque no estuviste allí», no le cantaba al Penta de Malasaña ni a la ‘Chica de ayer’, sino a las que bailaban en aquel célebre local de la calle Zapaterías, en el corazón del Barrio Húmedo, convertido en Raspa para los de mi generación. Luego el Toisón cayó en el olvido, como alguno de los componentes de aquel grupo que aún sigue cardiaco y empeñado en ajustar sus cuentas sindicales, pero la memoria es caprichosa y nuestra ignorancia inmensa, así que esta semana algunos hemos descubierto de dónde venía el nombre. A la infanta, a sus doce años, el Rey le ha regalado un collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro valorado en 50.000 euros y que tiene la misma virtud que los cargos del padre y la hija: siempre vuelve a casa (tras el fallecimiento de los pocos caballeros que la poseen, la distinción debe ser devuelta). Doña Leonor podría de este modo empezar a creer en la magia y adentrarse en la literatura fantástica, porque además vive en un palacio y el escenario de la lectura se presta a dejar correr la imaginación, pero en cambio Felipe VI le ha ordenado que lea un clásico: «Te guiarás permanentemente por la Constitución». Hay que comer mucha sopa para parecer una familia normal después de todo eso. Únicamente la justicia está demostrando ser más caprichosa que la memoria (incluso más que Ciudadanos), por un millón de motivos pero sobre todo por el trato hacia la familia real: la Audiencia Nacional ha juzgado esta semana al rapero Hasel por decir lo mismo que vienen denunciando desde hace años varios medios de comunicación con gran alarde tipográfico y algunos partidos políticos con la boca pequeña, pero en su caso con palabrotas rimadas. Con sus caprichos o sin ellos, la memoria y la justicia se deberían combinar, por ejemplo, para no tener que utilizar la redundante expresión «memoria histórica», aunque eso no iba a evitar que nos llamen resentidos a quienes nos gustaría llevar a un cementerio los restos de nuestros familiares ahora enterrados en cunetas y fosas comunes. Un alcalde de un pueblo de Salamanca se niega a cumplir esa Ley de Memoria Histórica y escribe una carta al Senado que arranca con citas de François Revel y George Orwell pero termina llamando «mamporrero» a García-Escuredo por exigírselo e «indigente mental» a Zapatero por aprobarla. Lo grave no es que a estas horas siga siendo alcalde por el Partido Popular: lo grave es que también es el director del colegio de su pueblo. Otra alcaldesa de Ávila dice que no va a cambiar el nombre de la calle José Antonio porque es un nombre común y no se refiere a Primo de Rivera. Y así seguimos, con la dignidad únicamente en los discursos. Las palabras de estos representantes institucionales demuestran de forma evidente que las heridas de este país no están cerradas, como demuestra que estamos condenados a seguir cometiendo los mismos pecados el hecho de que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica haya terminado dividida, toda una paradoja del destino, en dos bandos. Pero por memoria entendemos ahora, sobre todo, la capacidad de almacenamiento de nuestro teléfono móvil, por eso nos invitan a la amnesia colectiva unos mensajes con los que pretenden hacernos olvidar todo lo dicho, hecho y escrito sobre Cataluña a lo largo de los últimos años. Si es verdad que acaban teniendo más importancia esos mensajes que los artículos de la Constitución, ¿para qué se la mandan leer a la pobre Leonor? Ya lo dijo Mariano Rajoy hace tiempo, quien, como el resto de españoles recios, también ha cultivado alguna vez el género del mensaje telefónico: «Nada es fácil. Hacemos lo que podemos. Al final la vida es resistir y que alguien te ayude. Tampoco hacen falta muchos. Sé fuerte».
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