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Las manos que dan de comer

26/10/2020
 Actualizado a 26/10/2020
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Estoy convencido de que ni los bares y menos los restaurantes tienen la culpa de todo lo que está pasando, pero la pagan. Y sin atreverme ni siquiera a insinuar que tal vez lleguen más restricciones, le aseguro que quienes viven de estar detrás de la barra lo están pagando muy caro.

La pandemia, la crisis o llámele como usted quiera ha supuesto un castigo exagerado para el sector que, en general –aunque haya muchas excepciones–, mejor ha hecho los deberes para adaptarse a la nueva situación que vivimos. O al menos eso es lo que a mí me parece.

Dando por buenos los datos de las supuestas estadísticas de presuntos contagios en hipotéticos rebrotes y demás, el número de personas infectadas en un bar o un restaurante es algo residual. Un tres por ciento que no sé si justifica el cargarse un sector fundamental en el engranaje económico español. Como si tuviéramos mucho repuesto.

Durante estas semanas entre un estado de alarma y otro ha quedado medianamente claro que los propios clientes hemos hecho un daño terrible a la hostelería quedándonos en el pueblo cuando antes íbamos de fin de semana por ahí, desayunando en casa en lugar de hacerlo en el bar que está enfrente del trabajo o tomando una caña y con recelo en vez de cuatro como hace un año.

Por el miedo que nos están metiendo, por un cambio en situación económica familiar, por situaciones personales o por lo que sea está claro que los españoles hemos cambiado los hábitos. Pero las administraciones se han encargado y se están encargado dedar la puntilla y poner todas las trabas a quien solo está pidiendo trabajar en un país donde se premia la vagancia y se multa al emprendedor.

Oí una vez en un banquete de quinientos –menudas celebraciones multitudinarias eran aquellas– a una camarera muy avispada decir que nunca critiques al que te está sirviendo la mesa cuando aún te tiene que traer algún plato de la cocina. Buen consejo con misterioso ultimátum de trasfondo para un comensal inaguantable, para el que nada estaba bien, y que viene a ser lo mismo que eso de no muerdas la mano que te está dando de comer. O de beber.
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