Las enfermeras mártires de Somiedo. Desbrozando la historia

Mercedes Unzeta Gullón
15/06/2021
 Actualizado a 15/06/2021
Le agradezco a don José Luis Gavilanes, el reconocimiento de errores, es de sabios, y me alegro de que se haya informado algo más sobre este tema de las enfermeras, aunque se remite a algún artículo de hace tres años y no parece que haya leído las últimas publicaciones del mes de mayo en Astorga Redacción sobre este tema, en las que salen unos cuantos testigos que conforman una relación fiable de los hechos.

El señor Gavilanes hace referencia al libro de Lala Isla en donde efectivamente sale una entrevista, que hice yo por cierto, aunque mi amiga Lala me acompañaba, a un testigo de aquellos hechos llamado Abelardo. La cuestión radica en que mi amiga publica esa entrevista como si fuera la gran revelación histórica; pero la realidad es que reprodujo lo escuchado, siendo lo único que ella había oído al respecto, sin investigar más, y lo presenta como una gran verdad reveladora. Pero resulta que ese testigo no es el único que existe, hay bastantes más testimonios que vivieron y participaron en aquellos acontecimientos y todos coinciden en unas circunstancias muy diferentes a las que cuenta el anciano Abelardo.

No había nombrado antes al ‘revelador’ Abelardo porque no venía a cuento. La memoria es frágil y engañosa. Abelardo no quería recordar ni hablar de ello pero le presioné lo suficiente para forzarle a sacar una versión que ha resultado ser muy fantasiosa. El miedo que reconoció, todavía entonces, a hablar de aquel episodio le había llevado, como a muchos que participaron en el, a modificar los acontecimientos o borrarlos de la memoria como muchos que pasaron la guerra y más aún estos que fueron muy perseguidos. Abelardo tenía ochenta y tantos años y una memoria modificada por la necesidad de sobrevivir en la guerra, y después de acabada la guerra y, desde luego, por la edad. Su versión había que ponerla en solfa. Volví dos veces más a su casa, ya sola, y el confuso Abelardo vacilaba y variaba la versión.

Las enfermeras murieron fusiladas en el campo de Don Juan de Pola de Somiedo y no en un camión, como cuenta Abelardo. Al día siguiente de apresarlas, y no en el mismo día, como cuenta Abelardo. Atadas entre ellas (en la exhumación de sus cuerpos en la que he estado presente aparecen los restos de las cuerdas y los vestidos). Bajaron andando desde lo alto de El Puerto a Pola de Somiedo, como atestiguan diferentes personas que las vieron y lo vivieron, y no en camión como dice Abelardo. No las tiroteó Milagros, como cuenta Abelardo, sino que fueron tres jóvenes entre dieciséis y veintipocos años: María, Evangelina y Lola, las que las fusilaron al medio día en el campo de Don Juan. María era la más joven y fue obligada a disparar aunque no podía con el fusil; un miliciano la tuvo que ayudar a sostenerlo y a apretar el gatillo. Fueron enterradas con dos falangistas en una fosa cavada en tierra en el mismo prado donde fueron fusiladas y desenterradas por sus familiares, el 30 de enero de 1938, para llevarlas a Astorga y enterrarlas en la catedral. Milagros Valcárcel mató a tiros al comandante un día después de ser apresado, quien tampoco bajó en camión, como cuenta Abelardo, ni andando como todos los prisioneros, sino a caballo porque estaba herido en una pierna, y lo mató en un prado de Pola de Somiedo.

Al comandante y los otros oficiales que fusilaron sí lo desnudaron para hacerse con las buenas botas y buen equipos de ropa militar que portaban ya que los milicianos iban casi en alpargatas. A las enfermeras no las desnudaron pero sí que las milicianas se apropiaron de sus prendas de abrigo, zapatos y enseres, era un tesoro para ellas. Cosa lógica, era el botín de guerra, había mucha necesidad en la zona de la montaña minera y los fusilados ya no iban a necesitar sus ropas.

A esto me refiero cuando digo que no se puede dar por bueno lo primero que se oye porque genera equivocaciones. Mi amiga Lala afirmó como cierto lo que no había contrastado. Y el hecho de que el señor Gavilanes dé por verdadero el gran error de Lala Isla, demuestra lo que sostenía en mi escrito anterior, error copia error y se va disfrazando la historia.

En cuanto al libro de Concha Espina y su hijo preso. Víctor de la Serna se posicionó partidario del falangista Hedilla cuando Franco unificó la Falange el 19 de abril de 1937, esto le supuso estar un corto tiempo detenido. Los franquistas tomaron Asturias a mediados de octubre de 1937 y es a partir de entonces cuando se empieza a apresar a los milicianos que habían participado en el ataque a El Puerto de Somiedo. Las declaraciones recogidas por el Ejército franquista son las que más tarde utilizará Concha Espina para escribir su libro. Según los tiempos no parece que haya relación entre los dos acontecimientos.

Y este fundamento me fue corroborado por Jesús de la Serna, nieto de Concha Espina, quien me aseguró que para nada su abuela había escrito ese libro por salvar a algún hijo preso porque según la familia no hubo ningún hijo preso. No consideraban aquella detención puntual como un apresamiento. En ningún momento ni he leído ni la familia me ha confirmado que estuviera condenado a muerte. Sólo he podido confirmar que estuvo poco tiempo detenido y que eso no influyó en el escrito posterior de su madre.

Insisto en que la Iglesia hace a sus héroes por sus intereses, como el Ejército hace a los suyos por intereses y como los políticos a los suyos por lo mismo. Mientras se respete la historia, los sambenitos que se cuelguen a unos u a otros es cosa de sus acólitos. El que no se lo crea que no comulgue, pero al que se lo crea que le dejen tranquilo.

Y por cierto, la foto que se adjunta en el artículo del señor Gavilanes no es un grupo de enfermeras ni del lugar del conflicto. Es una foto hecha en Astorga del grupo de amigas con un soldado amigo al fondo en la que aparece sonriendo Olga Monteserín, futura enfermera beatificada.
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