Las cuatro etapas de Andrés Viloria

La retrospectiva dedicada al artista de Torre de Bierzo prosigue su periplo por la provincia y este miércoles desembarca en la Biblioteca de Astorga

Joaquín Revuelta
16/10/2019
 Actualizado a 16/10/2019
El comisario de la exposición, Luis García. | MAURICIO PEÑA
El comisario de la exposición, Luis García. | MAURICIO PEÑA
Tras su paso por la sala Provincia de la capital leonesa y por la Casa de las Culturas de Bembibre, la exposición retrospectiva e itinerante del artista berciano Andrés Viloria (1919-2007), organizada por la institución provincial para conmemorar el centenario de su nacimiento, llega este miércoles a la sala de exposiciones de la Biblioteca Pública de Astorga, donde será inaugurada a las 19:00 horas por el diputado de Cultura, arte y Patrimonio, Pablo López Presa.

La muestra reúne 53 obras pertenecientes a una colección privada, entre las que se encuentran 28 pinturas sobre madera, 8 sobre papel y 17 dibujos y grafismos. La muestra abarca un periodo que va desde mediados de los años 60 hasta finales del siglo XX.

Natural de la pequeña población minera de Torre del Bierzo, «su origen marcó, sin duda, la forma de mirar, aprehender, sentir y expresarse de este artista singular, una personalidad poliédrica, sensible y creativa de gran interés», destacó Luis García, director del Departamento de Exposiciones del ILC con motivo de su presentación el pasado mes de noviembre en León.

La exposición se plantea a partir de un enfoque retrospectivo de la evolución artística de Andrés Viloria. Arranca en la década de los 60, momento en el cual –destaca el comisario de la exposición– «sus aportaciones plásticas se hacen significativas según los analistas de su obra y transcurre por un recorrido estructural, esquemático y muy didáctico, que nos facilita una lectura coherente y dinámica de las diferentes fases de la obra del pintor, hasta su fallecimiento en Ponferrada en el 2007, a los 89 años».

La primera etapa transcurre desde mediados de los sesenta hasta los inicios de los setenta. «Se caracteriza por la utilización de las texturas matéricas superpuestas a la superficie pictórica y también de texturas visuales por medio de modulaciones tonales. En ocasiones mantiene el lienzo tradicional como soporte, pero utiliza en muchos casos la tabla industrial rígida de aglomerado», sostiene García, para quien el espectador «se introduce en un espacio de tinieblas, inconcreto, desconocido, asfixiante e incluso trágico en algunos momentos, en consonancia con ciertas propuestas del informalismo español», asegura el comisario.

La segunda fase estructural se desarrolla y delimita temporalmente entre la década de los setenta hasta los inicios de la correspondiente a los ochenta. «Aquí introduce cambios fundamentales que suponen un giro muy significativo, comenzando los primeros pasos hacia la negación o destrucción de la pintura en sí misma, un camino que en cierto modo matiza el teórico ámbito del ‘informalismo matérico’, en el que sitúan sus propuestas normalmente algunos críticos como Javier Hernando o Rosa María Olmos».

La tercera etapa se desarrolla en la década de los ochenta e inicios de los noventa. «Un nuevo giro estructural en su obra marcado por varios cambios substanciales», en opinión de García. «El protagonismo de la obra se traslada al material con el cual la formaliza, maderas de calidad, muchas procedentes de la reutilización de muebles antiguos de nogal, hecho singular que incorpora dos cuestiones de interés a la obra; la primera la transformación icónica y simbólica de un material con memoria histórica y la segunda la singular importancia que concede Viloria a la materialidad como clave esencial de la obra artística. Por otro lado, abandona el color, exceptuando algunos casos, utilizando generalmente barniz transparente y nogalina, planteamiento que supone en cierto sentido una negación de la pintura en sí misma, el material y el gesto formal tallado con gubias se convierten en las claves de su obra», sostiene el comisario.

La última fase se distribuye desde los inicios de los años noventa hasta los primeros años del nuevo siglo. «Como no podía ser menos en un creador de su talante, nos asalta por sorpresa y nos deja anonadados con un nuevo cambio estructural. Lo liviano y delicado, el papel, sustituye a la materia densa, rígida y consistente de la madera; la materialidad y la negación del color dan paso a una intensa y enérgica gestualidad del color que parece liberar energías interiores ancestrales. El dibujo, el trazo gestual y sígnico se convierten en los protagonistas esenciales de un paisaje imaginario lleno de energía y tensión, que toma como referentes al hombre y la naturaleza», concluye.
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