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Las choperas negras

05/04/2021
 Actualizado a 05/04/2021
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Donde hoy corre el agua no hace tanto se segaba. A los ríos regulados les cuesta un poco más sacudirse las sábanas, pero los que no tienen presas se desperezan con ganas cada otoño y cada primavera. Yo no sé cómo se levanta cada mañana, en cada estación, el personal que toma las decisiones sobre los cursos de agua. No sé si se hidratarán en exceso antes de acostarse y luego se les interrumpa el sueño, como interrumpen la corriente los obstáculos en el cauce, y en esas interrupciones del sueño y desalojo del excedente hídrico llegue la inspiración para prohibir plantar chopos donde mejor se hacen. Puede que en alguno de esos sueños agitados se les aparezcan esos mismos chopos echando andar con su raíces hacia tierras de regadío para plantarse en ellas y dar bien de sombra a la finca del vecino, que además de ver cómo mengua el terreno disponible ve como el polen ajeno cae en unos cuantos surcos de su parcela, que puede que hasta se haya modernizado.

Duele ver marchar los chopos encamiones y acongoja el paisaje de tocones y rodadas donde antes hubo galerías de vegetación. Impacta contemplarlas tumbas cubiertas por la virutas que el viento arrastra del montón o de las bañeras que se dirigen a las fábricas para acabar de peletizar lo menudo. Cuesta, en resumen, ver como el paisaje cambia radicalmente en dos días.

Yo he visto a los chopos de la carretera que llevaba a Vilecha –ahora enlace sur– marchar con todas sus leyendas a cuestas y a los del pasto de mi pueblo con la ceniza de aquellos cigarrillos a escondicas de la adolescencia. Allí había algo que cuesta mucho encontrar, dinero para la junta vecinal, y refugio lejos del asfalto. No había nada de lo que encuentra el Meister de Juglaría en esa chopera negra, donde «siempre madruga el ocaso»: sapos y culebras, sacamantecas, una pareja suicida, vientos que anuncian tormenta, un alcalde que se ha ahorcado. No sé si lo habrá en el futuro.
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