Las bicicletas son para el reparto

Bicicletas de reparto, ayudas impagables para oficios y oficiales… Menudos inventos para ganarse la vida de repartidor, guarda municipal, guardia civil, afilador, herrador, fontaneros, lecheros, pescaderos, y otros…

Toño Morala
13/04/2020
 Actualizado a 13/04/2020
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«Y la bicicleta del cura…» me comenta la mujer; que menudo arte para recoger la sotana. Los que ya tenemos cierta edad mediana, y que empezamos a trabajar de casi críos, pues estas cosas las tenemos en la memoria de la nostalgia, ahora, pero cuando éramos nosotros los protagonistas, la cosa cambiaba y, cuando llovía, también la industria ya había inventado un chubasquero para tapar los portabultos y su contenido, como a nosotros mismos. Lo jodido era cuando hacía viento, menuda paliza, aquello no avanzaba ni para atrás… a bajarse y a tirar de manillar. A veces, íbamos tan cargados que no veíamos casi; menos mal que en aquellos años los coches respetaban al ciclista, además circulaban cuatro a esas horas de trabajo. Paquetería, recambios para coches, la cesta de la compra de los más pudientes, el fontanero con el rollo de alambre metido por el brazo hasta el hombro, en el manillar unas vueltas de plomo y detrás, en el portabultos, la herramienta metida en una buena cartera de piel. Y los afiladores, estañadores, los lecheros, la Guardia Civil, los mineros con la cesta de mimbre bien atada, no se derramara el cuartillo de vino de la merienda, los pescaderos…Sí, hubo un tiempo, donde las bicicletas de reparto eran el vehículo más usado en aquella España de entonces. Historias para contar, a miles, y pasarlas de pena y con poca fuerza, pero la sacábamos de la rabia y del «amor propio» - estas palabras no me gustan nada- pero las dejo. Y era muy difícil que robaran una bicicleta de reparto, aparecía rápidamente, pues, la mayoría de veces eran bromas de los propios compañeros cuando nos encontrábamos en Correos, bien a dejar paquetes o recoger la correspondencia de la empresa en el apartado correspondiente. Y era un no parar en todo el día, incluidos los sábados enteros… luego, salvo el comercio, la tarde del sábado se libraba. La pinza en el pantalón largo, pero la mayoría con pantalones cortos trabajábamos, y que no faltara, que en casa se necesitaba el sueldín que dabas bien cerrado en un sobre a la madre. Y los timbrazos cuando ibas a toda leche sorteando los furgones de reparto y tres coches… algunos te insultaban, o te pitaban, pero ni caso, a lo nuestro, a acabar cuanto antes, y hecho el trabajo, ya más relajados, volvías a la tienda a dar cuentas si cobrabas algo de algún cliente… también era muy fastidioso, por no poner otra cosa, cuando pinchabas… al taller, que los había en buena cantidad; los talleres de bicicletas fueron un gran apaño… te arreglaban, firmabas el albarán y otra vez al reparto. Y de vez en cuando, “cataplás” uno que te salía por un lado… y los dos al suelo; a recoger los bultos y atarlos bien con aquellas gomas con gancho estirables.

Estas bicicletas y triciclos de reparto, tuvieron su época de esplendor en la posguerra, hasta bien entrados los años setenta. Luego ya entraron las motocicletas, que te daban un permiso para conducirlas a partir de los catorce años si no superaban los 49 centímetros cúbicos de potencia y el permiso paterno; a alguno, al principio se le olvidaba frenar, y se veía venir la catástrofe; no tanto para el chico, sino para el material que transportaba. Y, en invierno, en aquellos años, que los baches se contaban por miles en las calles, cuando llovía y te pasaba un coche a toda leche y te ponía pingando… te acordabas de toda su parentela… pero era cuestión de segundos, al poco rato, otro… la madre que los parió. Y así fue pasando un tiempo de aprendizaje y dura vida de juventud, pero aquí estamos todavía dando guerra, y tirando por una vida que cada día se pone más fea, egoísta, y llena de olvidos de cómo viven en otros lugares; nacer en un lugar u otro, te puede salvar o morirte de hambre sin más, y el resto, mirando para el lado del dinero, pero esa es otra historia. La historia de la bicicleta de reparto, de oficios y oficiales estaban muy bien pensadas. Luego, también en algunos talleres, se arreglaban varias cosas, se ponían cajones más consistentes y de chapa ligera; todo dependía del uso que le fuera a dar el profesional. Y lo que se ve por esos mundos de ningún dios con las bicicletas hasta casi el cielo cargadas de envases de plástico, sacos, cartón… hay que comer todos los días, y esas bicicletas son la herramienta más a mano que muchos tienen para paliar la escasa sobrevivencia.

Y quién no recuerda a aquellos triciclos, también para repartir, con la cesta al frente, una manilla en todo lo ancho, y freno de mano. Eran más aparatosas de llevar y de conducir, pero había que tirar; lo peor es que ocupaban más espacio y para adelantarlas los coches en calles de doble sentido y estrechas, juraban sapos por aquellas bocas. La última que recuerdo ver en León, era una que tenía una frutería en la esquina con Santa Nonia, pero hace tiempo que no la veo, igual ya la retiraron de la circulación. También, uno recuerda a mucha buena gente, recogiendo de los mercados y tiendas los desperdicios con dos latas grandes con asa, una delante y otra detrás en su bicicleta y era comida para los cerdos. Y también recuerdo, que había talleres y algún foráneo como algún tendero… que alquilaban bicicletas por horas para todos aquellos que no la teníamos; era relativamente barato y se pasaba un rato agradable con los amigos. Algunas iban sin frenos y se frenaba con la suela de la zapatilla; y si hablamos de trompazos y de la casa de Socorro, para de contar. Te quemabas desde el mentón hasta el tobillo en aquellas caídas por hacer el tonto. Y no hay que olvidar, que la bicicleta fue el medio de transporte de cientos de personas que se repartían por todo el país.

Hay que poner unas palabras para los inventores de tamaño artilugio, que no consume combustibles, no contamina, tiene fácil acceso en zonas urbanas, soporta cargas increíbles, ayuda al ciclista a mantenerse en forma… también tiene algún inconveniente… algunas ciudades con subidas y bajadas pronunciadas, se gasta más energía del que la lleva, limita la carga a cosas más pequeñas, y tiene el límite de los km. interurbanos en las grandes ciudades, por eso… “una bicicleta de reparto, triciclo de reparto o bicicarro es un vehículo de tracción humana diseñado específicamente para transportar cargas. Pues en ello estaba el escocés Kirkpatrick Macmillan, en el año 1839, que se le considera el verdadero inventor de la bicicleta con pedales. Una copia de la bicicleta de Macmillan se exhibe en el Museo de Ciencias en Londres, Inglaterra. Macmillan nunca patentó el invento, que posteriormente fue copiado en 1846 por Gavin Dalzell de Lesmahagow, quien lo difundió tan ampliamente que fue considerado durante cincuenta años el inventor de la bicicleta; casi siempre hay por ahí un vivo que se lo come todo. Y ya cerca de 1890, el inglés John Boyd Dunlop (aficionado al ciclismo y creador de la empresa homónima) inventó una cámara de tela y caucho, que se inflaba con aire y se colocaba en la llanta. Para evitar pinchazos, Dunlop inventó además una cubierta también de caucho. Estos inventos de Dunlop casi no han sufrido variaciones significativas desde su invención. Hace décadas, las bicicletas de reparto eran parte de las herramientas cotidianas del comercio de proximidad, pero desaparecieron a medida que la extensión del modelo de consumo vinculado a la motorización hizo que el abuso del automóvil privado para todo invadiera la ciudad, con las consecuencias para la salud y la calidad de vida que todos conocemos. Y lo que más fastidia ahora, son esos repartidores que andan a toda leche para repartir comida, generalmente, a domicilio y que cobran… lo romántico y la nostalgia no juega con las mismas cartas que el neoliberalismo; muchos, a pesar de aquellos años de trabajo, echamos de menos al cura con su sotana al viento, al lechero, al guarda rural, carteros, cacharreros… Las bicicletas de reparto, oficios varios y oficiosas muchas, se marchan de la retina, haciendo sonar el timbre a los despistados de la vida.
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