10/02/2021
 Actualizado a 10/02/2021
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Aunque no existiera esa farola, que la pone en blanco sobre negro, yo sabría con certeza que ahora mismo, esta noche, la lluvia sigue cayendo. Además de un hecho físico, para el que son útiles los sentidos del cuerpo, la lluvia es también un lugar del que sólo el ánimo posee las coordenadas. Nada debe temerse de lo que a uno lleve a hacer la lluvia. Apacigua la acción. No diría lo mismo de los pensamientos de los que la lluvia es comadrona. Voy con cuidado. Soy padre. Ha pasado mi tiempo de bravuconadas intelectuales.

Baudelaire. Leo a Baudelaire. Dice Baudelaire de la modernidad: «Lo transitorio, lo fugaz, lo contingente». Ahora se habla mucho de invertir en investigación, en ciencia, pero son los poetas, los filósofos la vanguardia que puede salvar lo humano. Al científico le importa un rábano el sentido. Y sin sentido, aunque sobreviva, el hombre está perdido. Nada más alejado de mi ánimo que polemizar.

Lo transitorio, lo fugaz, lo contingente. La modernidad, las ciudades nos han convertido en seres transitorios, fugaces contingentes. ¿A dónde nos ha conducido la modernidad? A ser sustituibles, iguales. Pero no a aquella igualdad revolucionaria, no, sino a la que nos hace intercambiables como piezas estandarizadas de una maquinaria.

Frente a esta vida moderna, urbana, en la que uno cambia de casa y de trabajo, como si hacer mudanzas fuera el signo de los tiempos, en la que todo se tira y ni siquiera se conserva un daguerrotipo de los antepasados, la vida estable, permanente, necesaria, las raíces, el pueblo. Donde uno habita la casa heredada de los padres de sus padres y hereda también a veces los saberes de un oficio. El pueblo en el que se conocen los baches y a qué lado de la tapia caen las nueces. El pueblo donde todo es necesario, donde poco se cambia y menos se tira. Donde las bicicletas son longevas y los trozos de cuerda se guardan para el porvenir. El pueblo donde se saben los nombres y las genealogías. Donde una lata de kilo de atún vive varias vidas después de abierta y vaciada: como medida para el pienso de las gallinas, como recipiente en el que limpiar las brochas.

Este es el pueblo en el que pienso mientras llueve. El pueblo que, quizás, ya sólo existe en mi recuerdo, en mis anhelos, preservado de los devastadores efectos de lo moderno.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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