15/03/2021
 Actualizado a 15/03/2021
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Era inevitable volver a leer ‘El amor en los tiempos del cólera’, la novela de García Márquez, de 1985, y constatar que, ahora, con el Coronavirus, nos hallamos ante un asunto semejante. En él van apareciendo las mismas sensaciones que ahora vamos sintiendo y conociendo por nosotros mismos. Incluso en las mentes «se notaban los progresos del mal por el deterioro de la escritura», dice en la página 157 de la primera edición de la editorial ‘La oveja negra’, que este cronista adquirió en una tienda de muebles viejos hace poco, por 1 euro, y cuya propietaria parece que fue una tal Claudia Delgado que lo leyó en 1986 y lo firma.

Esta pulsión de hacerse con libros clásicos leídos y sabidos, solo por tratarse de primeras ediciones, debe ser cosa curiosa. Pero, curiosamente, al menos en este caso, la lectura resulta completamente diferente. Es como si García Márquez estuviese ahora escribiendo y describiendo los acontecimientos en los que estamos inmersos. Dice que aquellas «eran gentes de vida lenta». Porque, además de los que viven en primera persona las desgracias y desapariciones, están aquellos a los que les toca sobrevivir en medio del desconcierto y el espanto, viviendo realmente, y sufriendo y trabajando. Siendo testigos del un horror insoportable.

Lo peor es esa especie de niebla líquida, esa cencellada, que parece ir rodeando el cerebro hasta dejarlo como una laguna de aguas pútridas y estancadas en las que alguna rana croa de vez en cuando entre los juncos. Solo faltaba la tormenta perfecta desatada por los políticos de las nuevas generaciones para que las ganas de vivir se vayan diluyendo como azucarillos en el café. Ellos dicen que son jóvenes, pero a los años que cuentan habría que añadir los que anduvieron a gatas como decíamos en el curso medio del Astura, viejo padre, en nuestra infancia. Su juventud, en todo caso, no les da derecho a tratarnos como a insignificantes cómplices de sus desmanes.

No apetece repetir los nombres. Están en todos los telediarios. Hay otras personas más dignas de traer a la memoria, por ejemplo Santiago Trancón, el sabio leonés, que acaba de publicar ‘España sentenciada, pero no vencida’ donde deshoja todas y cada una de las trampas mortales del separatismo catalán, consentido por los distintos dirigentes del gobierno central a cambio de sus puntuales apoyos. También culpables. Y es que lo mismo peca el que mata que el que tira por la pata. Nos conformaremos con la vida lenta que nos imponen la vejez y la pandemia haciendo como el Dr. Juvenal Urbino, quien «eludía la realidad para no llorar». Es lo que nos toca.
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